QUÉ ES EL SUPERYO: CONCIENCIA MORAL Y ALGO MÁS.

Freud en su libro “El malestar en la cultura”  va a desarrollar la idea de que el control de las pulsiones promovido por la civilización va en detrimento de las posibilidades de felicidad debido a la renuncia que exige a los sujetos. Pero además, en este libro extraordinario Freud desarrolla su concepto de superyo, decisivo para entender el enigma de la relación del sujeto con la ley y el origen de la conciencia moral. Freud concluye que los seres humanos no tienen una disposición innata a socializarse, y que el hecho de que un niño consienta a domesticar sus pulsiones autoeróticas y la agresividad con sus semejantes tiene su origen en el miedo a perder el amor de sus padres. La criatura humana es tremendamente dependiente durante muchos años de su vida y el miedo al desamparo primitivo, que es quizá el terror más primario e imposible de erradicar, es la raíz de la sumisión a la ley.

Sin embargo, este temor no es suficiente, ya que entonces bastaría con evitar que sus padres supieran lo que el niño hace para que éste pudiera saltarse la prohibición. La verdadera conciencia moral surge cuando esos mandatos y prohibiciones son internalizados bajo la forma de la instancia superyoica. Una vez que esto ocurre, ya no hay escapatoria porque es el propio sujeto el que se vigila y no puede escapar a su propia vigilancia. Pero hay algo aún más sorprendente, y es que la instancia del superyo no distingue entre la realización del acto y el simple deseo. Es decir, que la máxima jurídica “el pensamiento no delinque” no opera en el superyo, que produce sentimiento de culpabilidad inconsciente con relación a lo que no es más que un deseo. Como el deseo no es erradicable, en principio todos somos culpables. La tendencia, aunque se reprima, no desaparece, permanece en el inconsciente. Esa es la razón que el psicoanálisis puede aportar para comprender el profundo sentimiento de deuda y de pecado original, que habita en cada ser humano, y su tendencia a someterse voluntariamente a castigos, obligaciones y servidumbres que no serían realmente necesarias de no ser por esa instancia constitutiva. Constatar la existencia en el psiquismo de la instancia del superyo que produce deuda, culpa y necesidad de castigo es de gran ayuda para comprender la historia, tal como la analiza La Boetie en su maravilloso “Tratado de las servidumbres voluntarias”, donde se pregunta cómo es posible que los seres humanos se hayan dejado dominar por tiranos y maltratadores tantas veces a lo largo de la historia. La existencia dentro de cada uno de nosotros de un colaborador de la tiranía y el maltrato hacia si mismo ayuda a comprenderlo. 

Si bien hay personas que se creen con derecho a todo, en los que el superyo y la culpa parecen no haberse instalado, en la mayoría de los sujetos el sentimiento de culpa después de un delito o una falta está presente en grados muy distintos. Incluso en no pocos casos ese sentimiento de culpa está presente sin haber cometido ninguna falta y puede llegar a ser tan atroz que empuja a cometer un delito como modo de alivio y justificación. Es la figura que Freud describió como “Los delincuentes por sentimiento de culpabilidad”en los cuales la culpa es anterior al delito, que en realidad se comete para darle una motivación real y encontrar un cierto alivio a esa culpa que se presenta a veces en forma de un malestar difuso. Esto se ve a veces en la clínica de los adolescentes que, desorientados ante la invasión de un malestar y la falta de recursos simbólicos para entenderlo, cometen pequeños delitos por los que se hacen detener o castigar en distintos grados.

Lacan tiene una concepción del superyo que no es exactamente la misma que la de Freud. Él va a privilegiar el hecho de que la internalización de la ley se produce en el ser humano de forma indefectiblemente patológica, como un malestar estructural infundado y sin relación con un acto efectivamente realizado. Sobre eso se va a montar luego la ley ordenada en relación con el deber y lo prohibido. Nos interesa poner el foco en primer lugar en la observación lacaniana de que el sujeto humano se encuentra en su origen completamente indefenso frente al aluvión de palabras que le llegan del otro y que aún no puede comprender. Es esa voz que le habla sin sentido el origen del superyo, una voz que ordena algo insensato en tanto queda fuera de la significación, es pura voz sin sentido. El superyo es uno de los nombres del inconsciente, que tiene dos caras: la cara amable de los sueños o lapsus cuyo mensaje puede ser descifrado y la cara opaca del empuje a algo por fuera del sentido.

Por otra parte Lacan enunciará algo que a pesar de ser bastante evidente, no había sido pensado antes: que la necesidad de castigo satisface también la pulsión. Es decir, que los que se creen los mayores virtuosos por estar renunciando a la satisfacción de la pulsión están satisfaciendo sus pulsiones  tanto o más que el que los que se entregan al desenfreno libertino, porque la renuncia y la privación toman también el carácter de una satisfacción paradójica, que Lacan llamará el goce, que se encuentra en el sacrificio y en ser castigado o sometido a humillaciones y vejaciones. El superyo tiene esta facultad desconcertante de trasformar los ideales más benéficos en imperativos mortificantes que se vuelven contra el propio sujeto y sus semejantes. De modo que el agente de la ley termina por convertirse él mismo en instrumento de la pulsión de muerte, como se puede observar en algunas películas que tratan de la cultura puritana, donde el predicador intachable acaba siendo agente de un goce sádico contra aquellos a quienes pretende dirigir moralmente y satisfaciendo su pulsión masoquista en los rituales religiosos que consisten en autoinfligirse dolor. Muy resumidamente es lo que Lacan enuncia en su escrito “Kant con Sade”: la voluntad Kantiana de renunciar al lado patológico de lo humano no es más que un nuevo pathos comparable a la voluntad de goce absoluto de Sade.

Esta fuerza oscura del superyo es lo que encontramos también en los síntomas, es la cara de goce del inconsciente. Ahí el inconsciente no es solo el encuentro con una verdad oculta que nos libera al ser descifrada, sino la existencia de una ley insensata, una especie de ley pura, opaca y absolutamente enigmática que condena al sujeto a hacerse rechazar, castigar, maltratar, a sentirse culpable o a tener constantemente el presentimiento de que algo malo va a ocurrir, porque, por supuesto, se lo merece, aunque no sepa por qué. Es también lo que encontramos en las personas que parecen ser objeto de un destino trágico que los persigue más allá de sus actos reales o en las personas que parecen tocadas por el sino de ser víctimas una y otra vez de los deseos perversos de un maltratador. En un psicoanálisis se apunta a bajar el volumen de esa voz sin sentido que empuja al sujeto a un destino funesto.

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