LA ESTABILIZACIÓN EN LA PSICOSIS: UN ABORDAJE DESDE EL PSICOANÁLISIS

El término estabilización se utiliza para referirse a lo que permite a un sujeto evitar un desencadenamiento o restaurar un estado subjetivo después de que este haya sucedido, cuando aparece un goce que no puede ser simbolizado y rebasa las defensas del sujeto. El goce es el efecto en el cuerpo de la entrada del lenguaje y lleva implícito un más allá del principio del placer, un empuje dañino que el sujeto puede volver contra si o contra los otros. Si en la neurosis el goce se ordena con el “sentido”, en la psicosis aparece el sinsentido del goce, la sensación de que ocurre algo que al sujeto le concierne y no sabe qué hacer con ello. Desde la perspectiva lacaniana trabajamos con el concepto de estructura entendida como las diferentes formas de defensa frente al goce. La estabilización sería el modo que el sujeto encuentra de localizar por algún medio el goce, nombrarlo y darle un sentido.

Hay que decir que el término estabilización no pertenece al registro del psicoanálisis propiamente dicho, porque una estabilización puede darse a través del aplacamiento de los fenómenos con la medicación o de lo que podríamos llamar un “tratamiento práctico” del goce: una vida tranquila, un acondicionamiento del entorno, una atenuación de las exigencias y un alejamiento del riesgo, a lo que podemos añadir a veces la estabilidad de una pareja. Pero desde el psicoanálisis orientado por Lacan, vamos a hablar de estabilización en un sentido fuerte hablando más bien de metáfora y suplencia, en una búsqueda de que el sujeto pueda reinsertarse en el lazo común sin renunciar completamente a sus ambiciones.

En su texto “Los tratamientos psicoanalíticos de las psicosis”, Eric Laurent acota el tema de la siguiente manera: el horizonte del tratamiento es establecer una significación nueva  para un goce innombrable que ha emergido. El lenguaje del psicótico está habitado por un esfuerzo por nombrar el goce innombrable y reconstruir el mundo.

El tratamiento va a ser siempre una empresa de nominación. No se trata de ayudar al psicótico a delirar, porque ahí nos encontramos con los peligros del “delirio a dos”,  sino a elegir, acotar, en el trabajo del delirio, lo que conduce a una nominación posible, a una traducción de lo que le ocurre. El analista está ahí para sostener el lugar del Otro, para sostener que es posible esa empresa de traducción, sabiendo que es un proceso de búsqueda y que el Otro, es decir, lo simbólico, siempre es deficitario para decir el goce que habita al sujeto, siempre habrá algo que lo exceda y seguramente habrá que ir encontrando suplencias sucesivas al Nombre del Padre que falta para nombrar el goce que en cada momento se presentifique.

Voy a seguir el texto de Eric Laurent “Estabilizaciones en la psicosis” y el del mismo título de Colette Soler para hacer un recorrido por la enseñanza de Lacanrespecto a la cuestión de la estabilización.Hay una primera entrada de Lacan al campo de la Psicosis con su tesis sobre Aimée en 1946. Ahí Lacan plantea el paso al acto de Aimée como aquello que la estabiliza. Sólo después de la agresión física a la actriz por la que fue detenida y confinada primero en la cárcel y luego en un psiquiátrico, Aimée encuentra una estabilización que dura toda su vida. Tenemos entonces el acto como primera vía de estabilización. El ideal en que Aimée se sostenía eran las mujeres de letras, actrices, mujeres de mundo… Al apuñalar a la actriz ella arremete contra su ideal y al hacerlo, se ataca a si misma en esa figura de su ideal. Cuando es condenada por su acto, es decir, cuando aparece como culpable, el goce se pacifica, diríamos que se localiza, y Aimée se estabiliza.

En segundo lugar tenemos la vía del delirio como forma de estabilización. El punto de partida principal en esta cuestión es “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, de 1958, que se inscribe en la época estructuralista del inconsciente estructurado como un lenguaje, con la tesis central del síntoma como metáfora. Justamente el síntoma psicótico responde a la ausencia de metáfora, siendo esta un punto de detención al deslizamiento del significado bajo el significante, el llamado punto de capitón, sin el cual aparece la perplejidad del “¿qué quiere decir esto?” que encontramos en la psicosis.La hipótesis de Lacan en esta época es que la experiencia enigmática se da cuando un significante irrumpe solo, aislado de la cadena, y se le impone al sujeto como un goce sin sentido y a la vez acompañado de una certidumbre de que ese goce le concierne íntimamente. Para eso, no basta con la causa en la estructura que es la forclusión del NP. Tiene que añadirse una contingencia de la vida que produzca justamente una llamada al NP. Lacan nos invita en ese texto a guiarnos por las coyunturas dramáticas del sujeto, al encontrarse con un goce que no puede ser metaforizado y desmorona los apoyos imaginarios en los que el sujeto se sostenía. Si pensamos así la desestabilización, la única solución posible es una metáfora de compensación, lo que Schreber ilustra con su delirio que culmina en la idea de “ser la mujer de Dios”. Esta idea de la metáfora delirantesigue la tesis de Freud del delirio como tentativa de curación.

La metáfora en cuestión no es cualquiera, sino una metáfora especial, capaz de hacer surgir lo que Lacan llama en la cuestión preliminar “el ser de viviente del sujeto”. Sería una metáfora que daría una respuesta a la pregunta “qué soy” e incribiría en el discurso su existencia y su sexo. La metáfora paterna hace surgir la significación fálica que le da sentido al ser del sujeto, capitonando el conjunto del discurso, introduciendo sentido y continuidad en la historia del sujeto e introduciendo una reorganización de la dialéctica imaginaria, que sin esto queda reducida a la pareja especular del estadio del espejo.

En los años 50 los psicoanalistas kleinianoshabían escrito abundantemente en torno al tratamiento psicoanalítico de la psicosis. Había un consenso que puede resumirse así: en la psicosis no puede haber transferencia paterna, por lo tanto el analista debe situarse en posición de madre, o bien (esto más bien en las instituciones) hay que ofrecerle figuras fraternales, los hermanos en el lugar del padre que no hay. Lacan interviene diciendo ¡alto! ¡Hay una cuestión preliminar! Volvamos a Freud y su lectura de Schreber, donde se muestra que en la psicosis se trata de fenómenos de lenguaje, o dicho de otra forma, lo que hay es una descomposición del lugar del Otro.

Laurent señala que la lectura que se hizo en la época, por ejemplo Serge Leclaire en su libro “En busca de un tratamiento psicoanalítico de las psicosis” fue que si en la psicosis había un déficit simbólico, el tratamiento era un refuerzo de lo imaginario, proponer una prótesis imaginaria para remendar la estructura: por ejemplo se proponían al esquizofrénico terapias con barro en las que tenía que modelar un cuerpo pensando que podría esta estatua funcionarle como cuerpo imaginario.

Otras lecturas del texto de Lacan produjeron desastres, como por ejemplo, la idea de que, puesto que no estaba la ley del Nombre del Padre, en lo institucional el reglamento tenía que funcionar como ley de sustitución. Se presentificaba así el lugar de padre, que es justamente lo que desencadena la psicosis. Sin embargo el texto del 58 funcionaba bien para pensar los desencadenamientos y la idea de descomposición del lugar de lo simbólico es muy potente y quizá la podemos considerar un precursor de lo que Lacan más tarde va a llamar la necesidad de “hacerse un nombre”,  o sea, nombrar el ser del sujeto y traducir qué es lo que el Otro quiere de él.

Para explicar lo que significa la descomposición del lugar del Otro en la cuestión preliminar, recordemos que en principio Schreber está entregado a un Dios que no entiende nada de las criaturas humanas, es un desastre. Es un Otro que no le sirve, lo deja plantado ante el horror que está sufriendo.  Frente a la falta de NP Schreber se pone en el lugar del ideal para suplir esa falta, encarna el lugar de garante del orden del universo y así da sentido a su goce al comprender que lo que Dios quiere con esas sensaciones que le envía es que él sea su mujer para procrear una nueva raza. Es así que se estabiliza. Es decir, que la nominación tiene que apuntar a algo del goce. En este caso, ser la mujer de Dios.

En realidad en el caso de Aimée también estaba esta cuestión. Durante los años anteriores al atentado ella escribe, siente “la necesidad de hacer algo”, y cree que tiene una misión, a la que el goce queda enlazado. Hay una época que ella llama “acceso de disipación” en la que aborda a los hombres por la calle y a veces es llevada a los hoteles. Se puede pensar, dice Laurent en el comentario de una presentación de enfermos en Sainte-Anne, que se sitúa como “la mujer que falta a los hombres”. Es cuando sus escritos son rechazados y ya no se puede situar más como garante del orden del mundo que surge el acto contra la actriz/contra si misma, con el que intenta simbolizar en lo real la inquietud que la invade.  Luego queda como culpable y se pacifica hasta su muerte, cosa que no le ocurrió a Schreber, cuya “solución” fue más inestable.

En Schreber tenemos un ideal del tipo ser el salvador de la Humanidad. Pero hay ideales más modestos (ser el mejor vendedor, el mejor enfermero, el mejor vecino…) que pueden servir al mismo fin. Finalmente la lógica en juego es construir un todo parcial y colocar al sujeto como el objeto que falta. Ser la mujer que falta a los hombres es del mismo tipo lógico que ser el objeto que escapa al discurso de la ciencia, por ejemplo, que también puede ser una metáfora delirante.

La cuestión es de qué manera se liga el goce al significante. Es fundamental que la nominación apunte a algo del goce para que sirva. Esto está ausente en la teorización de la psicosis en la época de “Una cuestión preliminar…” En la transformación de Schreber en mujer tal como la lee Lacan entonces no se trata tanto del goce que esto implica como del punto de capitonado que supone.

Lacan va a corregir la parcialidad de su primer abordaje de la psicosis ya en 1966 en “Introducción a las memorias de un neurópata”, donde completa su lectura de Schreber, con la consideración siguiente: si bien la metáfora paterna en la neurosis produce un vaciamiento de goce en el lugar del Otro, que queda como el lugar del significante, en el delirio de Schreber se produce más bien lo contrario: el Otro, encarnado por Dios, es el lugar del goce en tanto Dios goza de él, que se ve forzado al suplicio de unos pensamientos impuestos para la voluptuosidad de Dios. Hay una conexión directa aquí de la palabra y el goce.

Muy superior va a ser la solución encontrada por Joyce,y aquí tenemos la tercera vía de estabilización indicada por Lacan cuando inventa su neologismo el sínthoma,que ya no es el síntoma como metáfora del goce reprimido, propio de su teorización del inconsciente estructurado como lenguaje. En el sínthomase trata de lo que fija el goce de la letra, el sínthoma como efecto de goce, efecto de lo simbólico sobre lo real, sin el Otro.

 Se deben diferenciar dos tipos de escrituras o dos usos del significante. Una cosa es lo escrito para ser leído, es decir, el lenguaje en su vertiente de comunicación, y otra lo escrito como marca, que no es para ser leído. En los años 70 Lacan diferencia las dos vertientes del lenguaje y elabora la concepción de lalengua, definida como la palabra antes de ser ordenada por la estructura del lenguaje. Lalenguano es para la comunicación, sino para el goce. El lenguaje con sentido que usamos para la comunicación es un derivado de lalengua. La última enseñanza hace del nudo una escritura desenganchada de la palabra.

En el seminario de 1976 “Joyce, el sínthoma”, Lacan sugiere que la operación de Joyce es fijar el goce a través de la letra y además surge de manera absolutamente nueva la idea de la fabricación del yo por parte del sujeto como procedimiento de remiendo en la psicosis. Joyce es alguien que presenta un marcado rechazo, Verwerfung, de todo lo que es padre para él. ¿Cómo es que no está loco, que no presenta una psicosis clínica? Aquí en lugar de centrarse en el fantasma como en Schreber (el delirio de ser la mujer de Dios, sería el equivalente del fantasma en la neurosis, que nos dice quién soy para el Otro) Lacan se centra en la identificación de Joycecon la que se fabrica un yo, introduciendo una dimensión de la estabilización diferente a la del acto de Aimée y a la estabilización delirante de Schreber.  Lo paradójico es cómo Joyce logra conciliar el goce autístico de la letra con el lazo social al imponerse al mundo como el Artista, incluso antes de haber escrito nada. Joyce se hace así padre de su propio nombre y se ofrece como un texto a gozar desprovisto de sentido.

Esto nos permite pensar qué le permitió a Joyce no delirar. Porque en sus epifanías, algo de lo real parecía imponerse, parecían cercanas al fenómeno elemental pero con un desabonamiento del inconscientedonde el mensaje no circula sino que queda fijado. Lacan eligió esta metáfora del abonado al teléfono o a la revista: si uno no está abonado no va a recibir respuesta. Joyce se abona al sínthoma y se corta del inconsciente

Lo que finalmente aparece es que en la cadena significante, dice Laurent, no hay paz, ni para el neurótico ni para el psicótico. El significante siempre llama a otro en un ciclo infernal que se infinitiza y no termina nunca. Dice Laurent que no estamos en el psicoanálisis para hablar, sino que cada uno de nosotros habla para encontrar al final la paz de callarse, para ubicar al final el punto donde no hay palabras sino una respuesta, que es la respuesta del goce. Un S1 articulado al goce, sin S2. El “Hay Uno”.

Este detenimiento de la deriva infernal del significante , que da lugar a una estabilización, Lacan lo vuelve a pensar del lado del acto, pero ya no tanto acto como acción (el intento de asesinato de Aimée) sino como momento en el que el sujeto se unifica y obtiene algo que lo desata de la cadena significante, de ese Otro que vocifera o que lo persigue. Ese algo por lógica tiene que ser algo que no es significante, que no llame a otro significante. Sería entonces un S1 solo articulado al goce.

Lacan puede teorizar esto mucho mejor una vez que teoriza el objeto a, el objeto que no puede inscribirse, el objeto inmundo. Esto es lo que hay que localizar en el diálogo con el psicótico, el núcleo de aquello de lo que habla, y no perderse en el delirio ni situarse como amo.  Finalmente, tanto en la neurosis como en la psicosis se trata de estrechar el delirio del paciente alrededor de algo que le es central, de lo que habla todo el rato.

La operación que hace Joyce produce una identificación, pero no es a un ideal del tipo “yo soy el que…” sino a algo muy distinto: Joyce llega a identificarse con su esfuerzo de producción de una lengua nueva que la desvincula del sentido, la desabona del inconsciente, y eso, por una parte desactiva el poder deletéreo del inconsciente en el psicótico, y por otro le otorga una identidad, un yo, lo que Lacan llama un escabel.

Algo importante para recordar es que el inconsciente, es decir, el sentido fálico oculto en los síntomas, es útil para el neurótico porque le ayuda a defenderse contra el goce porque en el inconsciente está incluida la falta. En la psicosis, en cambio, el problema es que al no estar la castración inscrita en el lenguaje, este porta una carga de goce insoportable que hace que el sentido sea un peligro para el sujeto porque no se detiene nunca y se convierte en un goce destructivo. Por eso, la vía del desabonarse del inconsciente y vaciar la lengua de sentido que hace Joyce es en principio una solución más estable que la de Schreber.

En todo caso, como no todo el mundo tiene el genio de Joyce, en general el tratamiento apuntará a encontrar un modo de traducir/nominar el goce. No hay que verlo, dice Laurent, como un cuento tipo “encontró su nominación y vivió estabilizado para siempre”. Las empresas de traducción de goce son sucesivas, dependiendo de las coyunturas de la vida, y siempre está la tentación del pasaje al acto, que es uno de los modos de nominar el goce haciendo un cortocircuito (Aimée: “yo soy el que ha golpeado al Otro”). Hay que estar alerta a que la maniobra se desarrolle sin demasiados cortocircuitos. Cuando uno va conociendo al sujeto va sabiendo las cosas que son muy traumáticas, dolorosas y difíciles para él de traducir, de alojar, donde conviene desabonarlo un poco de su inconsciente. En ciertos momentos hay que recurrir a la medicación (el derecho a la anestesia) o incluso a un internamiento.

Hay una tensión, dice Laurent, entre ser el secretario del alienadoy alentar la empresa de traducción. El inconsciente interpreta y el analista, en posición de secretario (es decir que toma nota pero no introduce significantes que no son del paciente), no es pasivo, sino que añade su lógica, que es preguntarse donde está el goce en juego, qué es lo innombrable para el sujeto y cómo hacer que en determinado momento, cuando no es posible la empresa de traducción, piense en otra cosa. ¡es una posición extremadamente activa!Se trata de un secretario inventivo que usa toda una panoplia de dispositivos de conversación dependiendo de la situación. Se puede desde, ayudar a hacer un cuerpo con modelado, dibujo, escultura, música, arteterapia (pienso en la paciente bulímica que encontró una estabilización por la vía de hacer bolillos, produciendo así físicamente agujeros) o prácticas de grupo que permitan engancharse al cuerpo de otro) o favorecer la escritura…

Cuando el delirio está muy sistematizado, especialmente en los delirios paranoicos, el empuje a hacerse reconocer es mayor y puede convenir pluralizarlo, que tenga que formalizar su queja en varios sitios, evitando focalizar en uno, donde cada vez que recibe un signo de reconocimiento quiere otro y la cosa se complica. Poner en marcha varias empresas de traducción paralelas, hacerlo asintótico…

¡Nada que ver, por tanto, con dejar delirar al sujeto y esperar tranquilamente a que se pase!

Jacques Alain Miller, por otra parte, en su texto “La invención psicótica”señala que la invención es siempre un bricolage a partir de materiales ya existentes en el sujeto. Las invenciones pueden ser de tipos muy distintos según el material con el que cuenta el sujeto y con el asunto que le hace problema.

Inventar un Otroes una primera cuestión (realmente el Otro es siempre una construcción del sujeto!!). Las invenciones paranoicas recaen sobre el lazo social, como en el caso del contrato social de Rousseau, que convulsionó Europa. Se trata de invenciones del lado Simbólico.

En la esquizofrenia se trata más bien de invenciones relativas al uso del cuerpo y el uso del lenguaje. Lacan muestra como el uso del cuerpo y los órganos, especialmente el sexo, es un problema que el ser humano trata de resolver con el recurso al lenguaje. Pero el lenguaje también es un órgano en si mismo, al que hay que encontrarle un buen uso, una función. Dice Miller que el sujeto puede hacer del lenguaje su instrumento o, si no, queda como instrumento del lenguaje, lo que queda es la estereotipia, donde el traumatismo sufrido a manos del lenguaje aparece de modo muy puro. El recurso de Joyce con el lenguaje es inventar una forma de literatura inédita que no ha hecho escuela, sino que más bien trata de terminar con la literatura del sentido. Es un uso de la escritura en su vertiente de Real.

En cuanto a recursos para ligarse al cuerpo, encontramos toda una serie de invenciones de orden Imaginario, que a veces son como abrazaderas que lo sujetan, como anillos o vendas, o una determinada vestimenta (el gusto por los uniformes podría ir en esa dirección) o en las tribus urbanas un énfasis llamativo en el maquillaje, el peinado etc.

En la melancolia más pura dice Miller que hay una imposiblidad de invención. Hay un rechazo de todo ciframiento del goce por el inconsciente y lo que retorna es el real de un goce que invade el organismo y lo sacrifica.  Una figura de lo mismo es la dispersión maníaca del sujeto en lalengua. Sin embargo, nos dice Santiago Castellanos en su libro “Locuras y soluciones singulares”,  hay dos posibilidades del tratamiento de la melancolía. Una es intentar el desplazamiento hacia la paranoia. El melancólico encarna el goce malo a través de su identificación con el desecho y una salida puede ser alentar las pequeñas producciones paranoicas que le permiten desplazar la culpa y las ideas de ruina hacia el Otro. Santiago también nos señala la proximidad  de la melancolía con la vía sublimatoria. Una relación muy estrecha con el horror, el abismo y el dolor de existir favorece, al mismo tiempo, la relación con lo bello para velar el propio horror. De ahí la tradicional pareja del arte y la melancolía.

Recordamos además la advertencia que nos hace del riesgo de querer el bien del paciente, que puede empujarlo al pasaje al acto porque alimenta la culpa. No es posible, nos dice Santiago Castellanos, desplazarlo de la vivencia de la culpa y de la indignidad solo con buenas palabras.

Para la psicosis ordinarias se trata de pequeñas invenciones, de una pequeña identificación que haga de punto de capitón. A veces la identificación a un diagnóstico, como por ejemplo la fibromialgia, puede servir a ese propósito.

Es importante situar, más allá de las manifestaciones fenomenológicas de la locura en sus diferentes polos (manía, melancolía, esquizofrenia o paranoia), cuál es la “corriente principal” del sujeto, su posición subjetiva más profunda, porque eso nos va a orientar en el tipo de soluciones que se pueden encontrar.

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