PSICOANÁLISIS Y DERECHO: LA RELACIÓN CON LA LEY

Los jueces y los psicoanalistas se ocupan, desde lugares distintos, de lo que no marcha en la civilización. Las leyes, las costumbres, los ideales y valores educativos… son las invenciones que a lo largo de la historia el ser humano ha producido en su intento de que las cosas marchen, de que sea posible vivir bien y ser felices. 

En lo concerniente a la búsqueda de la felicidad de la que trata la mayor parte de los sistemas filosóficos, Freud trae una mala noticia: no hay posibilidad de erradicar el malestar humano. “El malestar en la cultura”, ese libro fabuloso que quizá sea el más recomendable para empezar a leer a Freud, dice que el malestar es estructural. La felicidad es un ideal imposible de alcanzar para el ser humano dada la materia de la que está hecho, que no es únicamente la materia de las ideas, sino que está también el cuerpo y sus pulsiones…

El psicoanálisis, además de una teoría sobre la naturaleza humana y una forma de tratamiento del sufrimiento psíquico, es también un poderoso instrumento para leer los fenómenos de la civilización y pertenece a su vocación participar de los grandes debates sobre los problemas a los que nos enfrentamos los seres humanos en cada época. Lo hace desde un lugar peculiar porque no entra en la dinámica del problema-solución al que tan aficionada es la subjetividad contemporánea que difícilmente tolera las aporías y contradicciones de lo humano. Las grandes preguntas sobre el origen del mal, la conciencia moral o la culpabilidad, que atraviesan tanto al psicoanálisis como al derecho, cuadran mal en nuestra época, que cree tener la solución para todo con la ciencia y la educación y, por qué no decirlo, con las normas, que quizá es una de las formas que toma la ley en la época contemporánea. Las normas proliferan, hay normas para todo, quizá como correlato de la dificultad creciente de la ley con mayúsculas para regular y poner límite a los impulsos asociales. Sin embargo, pese al empuje creciente de la ciencia, la educación y las normas, el sufrimiento psíquico, el malestar social, no parecen disminuir: los antidepresivos y ansiolíticos se demandan cada vez más, una gran parte de los niños toma medicación, y hay una sensación impotencia de las leyes para frenar fenómenos como la violencia dentro y fuera de la familia.

El ser humano es para el psicoanálisis como un animal enfermo porque no tiene instinto que lo guíe, dado que por su condición de hablante ha perdido la plenitud mítica que le presuponemos al resto de los seres vivos. Por eso constatamos que no hay seres humanos sin síntomas, sin inhibiciones, sin angustia…sin malestar.  La hipótesis de Lacan siguiendo a Freud es que hay una pérdida producida por la entrada en el lenguaje. Hay un límite a la satisfacción que podemos obtener, que es lo que en psicoanálisis llamamos la castración. No se puede alcanzar la satisfacción completa, el buen ajuste con la pareja, con nuestro propio cuerpo, con los objetos de satisfacción, con los otros que nos rodean. Todo eso está perdido para los seres sujetos al lenguaje que somos. La desgracia es que el lenguaje nos permite imaginar que sí podríamos alcanzar el “todo” si no fuera por el otro, por ejemplo, que podría enseñarnos más, darnos más amor, comprendernos mejor… y de ahí buena parte de nuestro malestar, porque el sujeto humano tiende a sentirse estafado, a sentirse una víctima.

La ley para el psicoanálisis es la ley de la castración: es la condición que dicta que nadie puede acceder a la satisfacción completa sino que cada uno, guiado por una pérdida originaria que toma distinta forma en cada uno, puede acceder a unas coordenadas singulares que orienten su deseo. El deseo es un concepto central en psicoanálisis, que es por definición de carácter inconsciente y singular, es diferente para cada persona. Quiere esto decir, y esto es algo muy importante y que solo el psicoanálisis sostiene, que el bien para cada uno no es el mismo. Es decir, que cuando como terapeutas buscamos el bien del paciente nos desorientamos. No porque esté mal desear el bien del otro, sino porque no es posible saber a priori cual es el bien para todos. La ley es universal pero cada uno la subjetiva a su manera. Por eso en psicoanálisis trabajamos siguiendo el axioma del caso por caso, no hay recetas para todos. La clave no es la conducta, que puede ser igual, sino la posición del sujeto, por ejemplo, para qué le sirve esa conducta.

Hay sujetos que se pliegan totalmente a la ley, que se sacrifican exageradamente para hacer existir un orden que solo está en su ideal, hay el que transgrede la ley a medias, el que no la reconoce o el que elige existir al margen de esa ley. Esa elección que cada sujeto hace respecto a su relación con la ley constituye el concepto fundamental que encontramos en el cruce entre psicoanálisis y derecho: la responsabilidad subjetiva, del que hablaremos en otro post. Cuando alguien transgrede la ley se sitúa por fuera de ella pero no siempre desde la misma posición subjetiva.

El sujeto humano está siempre en conflicto con la ley porque esta introduce un límite. La parte de las pulsiones que entra en conflicto con la ley es sometida al mecanismo de la represión. Pero no se trata de un mecanismo totalmente eficaz y aquello que es reprimido no por ello desaparece sino que puede retornar. Queda en lo que llamamos el inconsciente, pugnando por salir y expresarse de distintos modos.

Freud descubre que el contenido latente de la mayoría de los sueños está hecho de la realización de deseos inmorales. Todos los sueños son fundamentalmente sueños de transgresión. Uno sueña siempre, según Freud, en contra del derecho. El núcleo del sueño es una trasgresión de la Ley y sus contenidos son de egoísmo, de sadismo, de crueldad, de perversión, de incesto. Se sueña contra la Ley. En la formulación de Freud los soñadores son criminales enmascarados. Paradójicamente, por inhumano que pueda parecer, dirá el psicoanalista Jacques-Alain Miller, nada es más humano que el crimen. El crimen dice algo de lo más íntimo de la naturaleza humana: el conflicto con la ley.

La pulsión, concepto central del psicoanálisis, es el impulso resultante de la mordedura del lenguaje sobre el sujeto humano. Los animales tienen instintos que los llevan a su bien o el de la especie, y que tienen un objeto predeterminado e indubitable. Los humanos en cambio, tenemos pulsiones, que se caracterizan por un empuje que  no siempre coincide con el bien del sujeto y de la especie, y cuyo objeto es mucho más variable, además de inconsciente, correspondiendo a las profundidades del gusto de cada cual.

Lo que Freud va a descubrir es que la pulsión tiene un lado oscuro que nunca se deja dominar completamente al que denominó la pulsión de muerte, que no es educable ni domesticable y su particularidad más singular es que se satisface sí o sí más allá del bien del sujeto y de su voluntad consciente. Esto constituye un escándalo para la razón, pero el psicoanálisis lo verifica con cada persona que se acerca a hablar de lo que le sucede. Lacan llamó goce a esta fuerza interior que empuja a cada sujeto a repetir comportamientos que constituyen una satisfacción paradójica. Una satisfacción que no está del lado del placer sino del sufrimiento y que está en la base de los síntomas, lo que hace que erradicarlos no sea una tarea tan sencilla como querríamos. Este goce en el sufrimiento tiene que ver con un concepto fundamental del psicoanálisis: el superyo, al que dedicaremos el siguiente post.


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