Así como la sexualidad se emancipó de la reproducción gracias a los avances en contracepción, hoy los avances en procreación médicamente asistida (en adelante PMA) han permitido que la reproducción prácticamente se emancipe de su sustrato sexual. Actualmente es posible concebir un hijo habiendo eludido el acto sexual, y ni siquiera el padre y la madre corresponden necesariamente al hombre y la mujer, tanto por la realidad de las parejas homosexuales, que encuentran sus maneras de tener hijos, como por la posibilidad de que un hombre pueda gestar (el caso de un hombre transexual que, siendo mujer anteriormente decide conservar sus órganos reproductores internos y utilizarlos más adelante para ser inseminado y gestar un hijo), una de las mayores sacudidas al orden tradicional.
La ciencia ha contribuido de una forma radical a la disolución de los roles familiares tradicionales, produciendo una sensación de “vértigo del origen”, en la expresión de François Ansermet. Personalmente, me enfrento a esta cuestión en tanto que psicoanalista,l o que supone no estar en una posición de saber lo que conviene a priori, sino de escuchar los malestares que se producen en cada momento de la civilización. “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”, decía Lacan en «Función y campo de la palabra en psicoanálisis». Nuestro tiempo es el de la incidencia de la ciencia sobre el cuerpo. Tratemos, pues, de plantear preguntas orientadas que incluyan la complejidad de los temas.
Hay algo de irrepresentable en el origen de una vida humana. No hay modo de pensar verdaderamente como un ser humano puede ser madre o padre de otro. Es un agujero en lo simbólico, un impensable que se obtura con construcciones imaginarias, fantasmáticas y sintomáticas. En cierto sentido, en nuestros fantasmas, todos somos productos de la PMA. Las teorías sexuales infantiles lo muestran muy bien.