La pareja puede ser un refugio pero frecuentemente conlleva también una importante dosis de malestar. No siempre sabemos qué es lo que realmente nos mueve al elegir una pareja y establecer unas formas de convivencia. La idea de la comunicación parece todopoderosa e indiscutible, pero la experiencia nos muestra lo difícil que resulta entenderse. Cada persona traslada a sus relaciones amorosas una “mochila” de la que no es consciente. El malentendido está servido y puede llegar a convertirse en un muro insalvable entre personas que se quieren.
A menudo, cuando la pareja entra en conflicto, se piensa que es necesario ir juntos a visitar a un profesional, pero lo cierto es que muchas veces basta con que uno quiera ahondar en las razones de su sufrimiento para que el otro se vea llevado inevitablemente a cambiar de posición. Lo mismo sucede en las familias: el movimiento de uno muy probablemente obligará a los demás a hacer cambios.
En cuanto a la sexualidad, componente fundamental de la vida afectiva, es importante resaltar que el malestar en esta esfera no puede ser reducido a una disfunción mecánica.
En la sexualidad no existe el registro de la “normalidad” y cada uno ha de encontrar un modo de arreglárselas con algo que no se aprende ni se enseña, sino que corresponde a gustos y elecciones muy profundas que tienen una determinación inconsciente.
A veces aparece una sensación de inadecuación, que toma formas diversas: preocupación por “no estar a la altura”, falta de deseo o excitación, impotencia, dificultad para sentir placer, inhibiciones, bloqueos etc. Para abordar estos problemas, una buena comunicación con la pareja es fundamental pero a veces no es suficiente. En ese caso puede ser útil hacer una consulta para valorar la necesidad de un tratamiento, cuando se trata de tocar la dinámica profunda que puede estar perturbando el circuito del deseo.