El psicoanálisis tiene un método, lo cual no es lo mismo que tener una técnica o un “modo de empleo”. No hay unos pasos predeterminados a seguir para deshacerse del sufrimiento, pero hay una lógica: descifrar el síntoma y atrapar que es lo que está en juego ahí, a partir de las palabras con las que el analizante lo expresa. La dificultad estriba en no perderse en caminos que no conducen a ninguna parte.
Methodos en latín significa “camino”. La experiencia analítica es emprender un camino sin saber dónde nos llevará, pero guiados por una orientación: hay que poder decir lo que ya sabemos de lo que nos pasa hasta llegar a agotarlo, encontrar el impasse, el atolladero, lo que no ha servido de ese saber, y formular el enigma que está en juego. Detrás de lo que uno sabe hay una angustia por lo que no sabe. Hay que hacer el camino para saber que lo que sé no es suficiente para salir de mi sufrimiento y llegar a un no sé, a un cierto enigma. Para eso es fundamental no perderse en caminos inútiles.
Los caminos que no llevan a ninguna parte
Por ejemplo, la indignación o la reivindicación que pide una reparación: uno puede tener razón en estar indignado con una situación que le afecta. Eso debe poder ser escuchado y reconocido por el analista, pero se trata de no quedarse ahí encerrado, de poder extraerse de ese desorden que lo tiene prisionero y lo hace sufrir. Mientras tanto, el analista acoge esa reivindicación hasta que el sujeto pueda toparse con el atolladero en el que se halla enredado.
Otro camino que no conduce a ninguna parte es perderse en lo que Lacan llama los espejismos de lo imaginario: pensar, por ejemplo, que el analista debe ser un alter ego y que si ha vivido las mismas experiencias que uno lo comprenderá mejor. Queda así atrapado en una relación de identificación que es un callejón sin salida, porque no se trata de pensar que hay otro que tiene la respuesta que a mí me falta. Se trata más bien de ver cómo uno respondió frente a determinada coyuntura fundante, localizar ciertas posiciones subjetivas que tomó muy tempranamente sin ser consciente de ello y que lo hacen sufrir o lo colocan en un mal lugar.
Otra forma de desorientarse es no dejarse llevar, pretender saber previamente adónde vamos. Hay que consentir al inconsciente, a que existen puntos ciegos en cada uno que le impiden ver claro y que hacen imposible el autoanálisis. En la experiencia psicoanalítica no se trata tanto de pensar como de hablar: el pensamiento piensa solo y además, ejerce la censura. Si quiero saber de antemano adonde voy, me desoriento. Si quiero saber la respuesta a la pregunta, es que no es una verdadera pregunta. Hay que llegar al punto donde el “yo sé” no es suficiente para esclarecer el enigma de mi sufrimiento, y consentir a un cierto no saber. El analista está ahí para sostener al paciente en el camino.
Lo que el psicoanálisis no es para Lacan
Lacan llega para modificar el rumbo que había tomado el movimiento analítico. Para Lacan el psicoanálisis no se trata de adaptarse de forma madura a la realidad como preconizaba la Psicología del Yo que tuvo gran éxito en Estados Unidos. En esta corriente se trata del análisis de las resistencias al tratamiento, los mecanismos de defensa inadecuados etc. para finalmente dirigir al paciente a reconocer la realidad y adaptarse a ella. Tampoco para Lacan se trata de interpretar las pulsiones angustiantes en un lenguaje psicoanalítico, como hacían los seguidores de Melanie Klein, sino de experimentar en uno mismo los poderes de la palabra. Lacan pone la potencia de la palabra en el centro de la experiencia analítica: el poder de la palabra para crear la realidad en la que uno vive.
El analista no es un experto como lo es un médico. Uno se dirige a él de otro modo, no esperando de él un saber aséptico sobre una enfermedad que no tiene nada que ver con uno. Lo que el analista puede compartir con el analizante es un deseo de saber. Se trata de hacer la experiencia de una relación nueva al saber, porque se trata de un saber que no se sabe. Es un saber que está en potencia y precisa producirse en el curso del análisis, cuando el analista con el corte de la sesión, la puntuación de los dichos del analizante, el silencio o la interpretación hace resonar lo que se está diciendo sin poder escucharlo.
En psicoanálisis lacaniano se trata de los poderes de la palabra
“Función y campo de la palabra el psicoanálisis” es un texto de Lacan de 1953 que es el acta de nacimiento de su enseñanza. En él hace la siguiente metáfora del inconsciente: es el capítulo censurado de mi historia. En tanto que me falta, ese discurso que me precede y que desconozco, hace destino. En análisis se habla para descifrar el propio destino. Hay ciertos dichos que uno escuchó y que quizá no ha olvidado, pero cuya potencia desconoce. En análisis uno puede encaminarse hacia este enigma que ha marcado la propia existencia.