En ocasiones se precisa una intervención en momentos de transición, que pueden estar ligados a momentos de la evolución vital. Es el caso de las crisis de la adolescencia, que a veces precisan un apoyo para afrontar las dinámicas complicadas ligadas al desarrollo físico y sexual, la separación de los padres y el desarrollo de la propia identidad. También el envejecimiento puede hacer necesaria una pequeña ayuda para evitar el aislamiento social o afrontar ciertos padecimientos específicos ligados a ese momento de la vida.
En otras ocasiones se trata de encrucijadas vitales en las que ciertos acontecimientos, como nacimientos, inicio de la vida en pareja, migraciones, muertes o cambio de proyectos profesionales pueden confrontar a la persona con cambios en la posición simbólica respecto a los otros (ser padres, quedar huérfano, ser marido o esposa, pérdida de lugar social, etc), lo que a veces puede comportar la necesidad de un apoyo externo.
A veces, una intervención limitada en el tiempo y circunscrita a un problema específico puede ayudar a reordenar los elementos para afrontar la nueva situación, evitando así estancarse en una dificultad y ayudando a encontrar una salida al malestar