ANOREXIA , BULIMIA, OBESIDAD: SÍNTOMAS DE LA CONTEMPORANEIDAD

La relación con la comida no es una relación natural, está instalada en el campo de la cultura. La dimensión epidémica actual de estas patologías puede ser explicada a partir de la alteración del orden simbólico que reglamentaba la relación con los alimentos. La relación del ser hablante con la comida implica siempre la relación con el Otro. Dicho de otra forma: el ser humano nunca come solo, aunque esté en una isla desierta, para él la comida incluye siempre una humanización simbólica: desde la organización simbólica en tres comidas: desayuno-comida y cena, los códigos de buenos modales, lo que se considera apto y bueno para comer o por el contrario no comestible…Es decir, que la comida en el ser humano no es solo un acto de nutrición sino que está sujeto necesariamente a una reglamentación que nos separa de la devoración del otro, y por el otro y nos introduce en un orden, en el “buen provecho”  de la regulación alimentaria como explica Domenico Cosenza en sus dos libros, «El muro de la anorexia» y «La comida y el inconsciente», fundamentales para acercarse al conocimiento de estos síntomas fundamentales de la contemporaneidad.

Toda esta compleja operación de normalización simbólica de lo pulsional se pone en cuestión en la época contemporánea en lo que Cosenza llama la «crisis del convivio», cuya más evidente expresión es el rechazo de las personas afectadas por estas patologías a comer con el otro, encerrándose en la clandestinidad solitaria que caracteriza la relación desregulada con la comida en estos casos.

Lo que diferencia al ser humano del resto de los seres del mundo natural es estar atravesado por el lenguaje. El lenguaje muerde sobre el cuerpo y es a partir de ahí que lo que nos guía en la vida ya no es el instinto sino el deseo, que es mucho menos simple y no tiene garantías. En relación con la alimentación esto es fácil de percibir en el hecho de que la relación con el alimento en cada uno es siempre idiosincrásica, llena de pequeñas manías, costumbres, preferencias….Uno no come de esto, aquel come muy deprisa o extremadamente despacio, este deja siempre el plato limpio, el otro debe siempre dejar un pequeño resto…

La dimensión del deseo aparece cuando desaparece la necesidad, por eso no encontraremos bulimia o anorexia en los lugares donde la alimentación aún se vincula a la satisfacción de una necesidad porque el alimento no está garantizado como en nuestras sociedades de abundancia.

La anorexia y la bulimia son también patologías de la imagen del cuerpo vinculadas a una patología de la alimentación. La anoréxica encarna de forma extrema los valores de la sociedad contemporánea obsesionada con la imagen del  cuerpo delgado.  La bulimia y la obesidad representan en el terreno de la alimentación el empuje loco al consumo que caracteriza la hipermodernidad.

En esta época, junto a la entronización del derecho al goce como principio supremo y las manifestaciones del «exceso» que esto acarrea, encontramos también un impulso al hipercontrol del cuerpo, un empuje pedagógico extremo al dominio de las propias pulsiones que se realiza en su revés: una radical pérdida de control, encarnada en los excesos de todo tipo, como se ve de forma paradigmática en la anorexia y su revés en el atracón.

La tesis del psicoanálisis frente a este tipo de síntomas es el reverso de la lógica de la psiquiatría y de las terapias que los toman como disfuncionamientos o trastornos a corregir. El psicoanálisis orientado por Lacan los va a tomar, en cambio, como intentos de autoterapia frente a algo imposible de soportar por el sujeto. Las adicciones de todo tipo, la anorexia, la bulimia, son una suerte de tratamiento de un punto de angustia insoportable,  por la vía paradójica de utilizar un objeto pulsional como catalizador de goce. El problema es que el sujeto se encuentra devorado por eso mismo que había encontrado para amarrar o localizar su goce a la deriva. Lo que lo salva, entonces,  también lo destruye. En ese sentido las dependencias patológicas son patologías del superyo sádico, lo que señala muy acertadamente Domenico Cosenza.

Lo que me interesa subrayar es que  el síntoma no es solo una disfunción sino que tiene una función, y  esto es algo nuevo que la enseñanza de Lacan permite localizar: el síntoma es un aparato de suplencia que permitiría el funcionamiento del psiquismo, permitiría arreglárselas con un resto pulsional que no ha podido «humanizarse» y entrar en el circuito del deseo y retorna entonces como un impulso dañino para el sujeto.

La anorexia y la bulimia con frecuencia aparecen en la adolescencia, y es por una razón: En la época contemporánea el declive de la función paterna y la caida del velo en torno al enigma del sexo han modificado las coordenadas simbólicas de referencia a partir de las cuales los jóvenes tratan la emergencia de la pulsión que está en juego en el deseo sexual. Podemos pensar la anorexia y la bulimia, incluso ciertos tipos de obesidad, como impasses del proceso de subjetivación de los cambios corporales propios de la pubertad y a la vez como vía de solución de estos impasses. Quizá no sea una buena solución, pero es la mejor que una joven ha podido encontrar frente al desafío de la sexualidad que emerge en su cuerpo, frente a la que se encuentra falta de recursos simbólicos adecuados.

Lo que el psicoanálisis orientado por Lacan sabe es que el síntoma no se puede atacar de manera directa porque tiene una función en la subjetividad. El odio al síntoma, el empeño en eliminarlo a toda costa, que es lo que encontramos hoy en nuestra civilización de forma cada vez más dura, ocasiona una cronificación e incluso un recrudecimiento de los síntomas. El síntoma es una defensa frente a lo real, frente a lo imposible de soportar, frente a algo que el sujeto por alguna razón no pudo simbolizar. El trabajo del análisis es reconstruir la necesidad de ese síntoma: por qué y para qué surgió, y ayudar a encontrar una solución mejor.

Por ejemplo: dos mujeres pueden presentarse bajo la etiqueta de un trastorno de la alimentación. Pese a su aparente similitud, el análisis permite revelar que la función del síntoma es completamente distinta en un caso y otro. En el primero se trata de una joven cuya anorexia sirve a los fines de su deseo histérico: desea presentarse como una imagen perfecta que no se deja llevar nunca por la pulsión. Busca  la espiritualidad y come “nada” en lugar de comer lo que el otro querría que comiera. Cuando come, come precisamente lo que no debería. En su discurso se localiza perfectamente como su deseo está articulado al deseo del Otro y es sobre los temas de la relación con el Otro que va a tratar su análisis para que pueda orientarse mejor sobre su deseo, para que pueda separarse de ese Otro que la devasta de un modo menos dañino para ella.

En otro caso, una mujer, ama de casa perfectamente adaptada por lo demás, refiere atracones y vómitos que van a revelarse en el curso del tratamiento como una suplencia: a falta de la posibilidad de localizar el goce oral en lo simbólico ha encontrado esta manera de localizar en la boca que vomita un agujero real  por donde drenar el exceso de goce que la invade en determinadas situaciones que se le hacen insoportables, concretamente en su papel de madre, en la relación con las otras madres del colegio de sus hijos. El tratamiento en este caso ha de ser muy cuidadoso con el síntoma, que tiene una función de protección frente al desencadenamiento franco de la psicosis. Se potenciará en cambio una habilidad manual que ella tenía a la que no daba importancia que le va a proveer de una suerte de suplencia frente a su dificultad de simbolización del orificio oral.

En cada caso lo que desencadenó los síntomas será distinto y la respuesta del sujeto también. Por eso no nos vamos a guiar nunca por la sintomatología para hacer un diagnóstico que remite más bien a identidades grupales (ser un TOC, un TDHA , una anoréxica o un transtorno de la personalidad). Y eso porque lo que nos interesa del síntoma es qué función absolutamente singular tiene para ese sujeto. Desde esta posición desconfiamos de todo lo que hable de la salud mental como un estándar igual para todos, porque sabemos que nada hay más distinto que un ser humano y otro.

La clínica psicoanalítica se distingue de otras por un enfoque que no se centra en la fenomenología del síntoma sino en la estructura que subyace al mismo. Se orienta por la función del síntoma en un enfoque «caso por caso» que huye de generalizaciones y tiene su operador fundamental en la transferencia con el psicoanalista.

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