El aparato psíquico de un niño no se desarrolla por el mero crecimiento del organismo, sino que se constituye a partir de las experiencias y palabras que acompañan al niño desde su nacimiento, frente a las que el niño se posiciona, sin ser consciente de ello, de determinada manera. El proceso es extremadamente complejo y no es difícil encontrarse con detenciones debido a una variedad de causas.
Que un niño no pare de moverse o le cueste concentrarse casi nunca es signo de un problema neuronal, por mucho que el diagnóstico de TDAH se haya extendido como la pólvora. Mas bien conviene tomar la agitación como una dificultad para que los procesos simbólicos que vehiculan el pensamiento apacigüen los impulsos pulsionales que circulan por el cuerpo. Hay que averiguar qué es lo que impide estar tranquilo y buscar un mejor arreglo desde las condiciones singulares de cada niño.
Las dificultades en lo escolar pueden estar condicionadas por multitud de acontecimientos vitales que no han podido ser asimilados, desde el nacimiento de un hermano, una muerte, una separación, o simplemente por un mal posicionamiento del niño en sus coordenadas vitales.
Por otra parte, el deseo de aprender se puede inhibir por muchas razones: por identificación a un padre que no triunfó en los estudios, por contraidentificación a un padre “demasiado exitoso” que constituye un ideal “aplastante”, por demanda de éxito escolar excesiva que genera una especie de “anorexia escolar”, porque hay un secreto en la familia que ordena “no saber” o por cualquier otra razón que hay que darse el tiempo para averiguar en un tratamiento.
En los niños pequeños se puede intervenir a través del juego para desbloquear estas cuestiones que pueden dificultar su aprendizaje y normal desarrollo social y afectivo.