EL PSICOANÁLISIS LACANIANO Y LOS PODERES DE LA PALABRA

Las palabras que recibimos muy tempranamente conforman quienes somos y tiene el poder de crear la realidad psíquica en la que vivimos.El psicoanálisis basa su operatividad en el hecho de que hay un modo de lenguaje inconsciente que gobierna silenciosamente nuestras vidas. Somos hablados por el Otro que nos introduce en la existencia y eso tiene efectos que quedan posteriormente reprimidos, ignorados. El análisis permite descubrir hasta qué punto uno está sujetado a las leyes inconscientes de ese lenguaje.

Para Lacan el inconsciente no es solo lo reprimido freudiano, sino la propia dimensión simbólica de la palabra, el hecho de que a veces se dice más de lo que se quiere decir o en todo caso algo que no se escucha en el discurso común sino que corresponde a algo singular de una persona. Escuchar lo inconsciente es convocar el lugar del sujeto, su enunciación propia, su modo de decir, que es algo diferente de «lo que se dice».

Freud, contra la sugestión

Freud buscó una cura a través de la palabra haciendo un esfuerzo por mantener a raya la sugestión que ésta necesariamente comporta. Su trabajo para acercarse al inconsciente comienza utilizando la hipnosis, pero abandona este camino al percatarse del peligro de sujeción al médico que entraña la sugestión.

En su obra “psicoanálisis profano” Freud dirá que en la experiencia analítica no se trata de confesar (al contrario de la crítica que le hace Michael Foucault) porque en un análisis no se trata de decir lo que sé, sino justamente de decir lo que no sé. No es una relación de poder donde el analista es un amo que ejerce una autoridad. Es el lenguaje que hemos «absorbido» el que nos hace hacer y decir cosas que nos son sutilmente veladas por el sentido común que aparentemente compartimos.

Sigmund Freud en su gabinete en Viena, 1930

Freud percibió el riesgo de que el analista ocupara una posición de ideal al que parecerse (camino que erróneamente siguieron muchos de sus discípulos). Abandonó entonces la sugestión e intentó el método catártico, derivado de la catarsis aristotélica: hacer revivir el punto trágico que yo he experimentado en mi existencia a través de la palabra para hacer surgir los afectos reprimidos implicados y poder liberar al sujeto de ellos. La idea sería que reencontrando esta primera vez de lo traumático el síntoma se resolvería por sí mismo.

Con el tiempo Freud se va encontrando con que no es tan sencillo librarse de los síntomas: hay una resistencia a abandonar el malestar que dificulta el proceso. Muchos de sus seguidores de la llamada “psicología del yo” se dedicaron a interpretar las resistencias a la curación y los llamados mecanismos de defensa, perdiéndose en un camino que no lleva a ninguna parte: el de hacer reconocer al paciente a la realidad común y adaptarlo a ella, desconociendo la realidad del inconsciente.

Lacan y los poderes de la palabra

En su texto fundacional “Función y campo de la palabra el psicoanálisis” (1953) Lacan declara que en el psicoanálisis no se trata de adaptarse a la realidad ni de modificar comportamientos, sino de experimentar en uno mismo los poderes de la palabra. En la experiencia analítica se trata de que uno pueda asombrarse del poder que tal o cual dicho ha tenido sobre mi existencia.

En realidad, cada uno ha hecho sin saberlo una interpretación de los hechos de su historia y le ha dado un sentido que podrá descubrir en el análisis. El lugar del analista no es saber en el lugar del paciente, sino ayudarlo a escuchar en el torrente de ideas más o menos casuales que trae aquellas que parecen resonar más allá de la mera información o comunicación. En el lenguaje humano, a diferencia del lenguaje animal, no se trata de comunicación. Más allá de lo que quiero decir, digo algo que no sé. Hay algo opaco en la propia palabra que el analista puede hacer resonar.

Al principio Lacan habla de palabra vacía y plena. Desahogarse, contar los hechos no es lo mismo que hacerse una pregunta sobre el propio sufrimiento. Es necesario llegar a reconocer que me falta una palabra para decir mi sufrimiento, que lo que sé no es suficiente. En un análisis no se trata de verificar los hechos, que supondría quedar encerrado en esa versión de mi propia historia que ya tengo, sino de poder ir más allá.

Lo que forma un destino

Lo que hace destino en mi existencia depende de ciertos significantes que me fueron endosados de forma muchas veces “inocente” por parte de los padres o aquellos que me introdujeron en la vida. Algunas palabras, incluso las aparentemente banales, han adquirido a menudo un valor que la persona desconoce en la cifra de su propio destino. Poder interpretar las palabras que el Otro dijo de una forma diferente puede permitir modificar el efecto de angustia, tristeza, mal humor, vergüenza etc. que han podido ejercer esas palabras sobre mí y ayudarme a soportar la dificultad de vivir.

Lacan toma del mito de Edipo no tanto la ambivalencia frente a sus padres (el deseo hacia su madre y el odio a su padre, como señala Freud), sino algo más profundo. Se trata de su «no saber» sobre aquello que ha presidido su llegada al mundo. Edipo desconocía su verdadera historia, y aquí es donde situamos la dimensión del inconsciente. Frecuentemente en un análisis se sitúa un dicho que tomó valor de axioma: “nunca haremos nada con este niño”, “este niño será un criminal o un genio”, “tu tienes algo especial” o enunciados de este orden que tienen valor de sentencia que es interpretada luego por el sujeto. Estos dichos primeros confieren al Otro materno y paterno una oscura autoridad de la que no es fácil deshacerse.

Los sentimientos y el psicoanálisis

En un análisis los sentimientos se acogen, pero no es lo que sirve para orientarse. Uno puede estar lleno de cólera, inundado de tristeza, invadido por la desidia, desvitalizado, de mal humor.. pero es la palabra más que la vivencia la que nos va a encontrar el capítulo que desconocemos. Dice Lacan que en el fondo somos personajes de una historia que no hemos escrito nosotros. Cuando hacemos un análisis podemos descubrir de que forma las palabras que nos hablan nos manipulan y escriben nuestro destino.

Los dichos están intrincados con el cuerpo. Por nuestras venas, además de sangre corren las palabras que nos habitan. En el análisis se aprende a desactivar la nocividad de ciertas palabras y a deshacer los nudos del propio destino.