EL ABUSO SEXUAL, UN ENFOQUE DESDE EL PSICOANÁLISIS

Cuando se sufre un abuso sexual hay una dificultad para hablar de ello y el malestar puede extenderse a muchos ámbitos de la vida de la persona. La repetición del sufrimiento experimentado en el trauma es un enigma que un tratamiento orientado por el psicoanálisis puede ayudar a esclarecer.

En su libro Ceder n’est pas consentir la psicoanalista francesa Clotilde Leguil parte de una frase del mee too, movimiento del que destaca haber devuelto la palabra a las víctimas y hacer retornar la vergüenza al que realmente la ha producido. Pero, señala también, la puesta en común del traumatismo tiene sus límites. El sufrimiento no es colectivo y reenviar a la lógica del “nosotros” termina en un empuje superyoico: cada mujer debe someterse a una versión idéntica del trauma sufrido. El psicoanálisis, en cambio, está ahí para hacer resonar aquello del acontecimiento traumático que toca un punto íntimo en cada uno: en qué lugar de su historia ha venido a inscribir una huella indeleble y ha llevado a una persona a ceder a algo que no deseaba.

Ceder no es consentir

Clotilde Leguil va a rastrear en la enseñanza de Lacan el término ceder: en 1960, en su seminario “La ética del psicoanálisis”, dice que el objetivo de un psicoanálisis no es la felicidad sino permitir el acceso al deseo. Y hace un juego de palabras con ceder sur son désir, que no se confunde con ceder al deseo en el sentido común de ceder a la tentación, sino que tiene la significación de renunciar al deseo, abandonarlo. El deseo, dice Lacan, es frágil y puede ser fácilmente aplastado si uno privilegia necesidades del Otro que pueden parecer más legítimas.

En el seminario 10, en cambio, habla de ceder à la pulsión: en el trauma algo sucede en el cuerpo que produce una fijación de goce. La marca de este acontecimiento traumático es la vergüenza: Es lo mismo que sucede con las víctimas de abusos sexuales cuando se preguntan ¿me he dejado hacer cuando podría haberme defendido?, ¿por qué esto me ha vuelto a ocurrir? ¿lo he provocado yo? Es La emergencia de un goce que el sujeto no deseaba lo que hace surgir la vergüenza en la víctima de abusos.

La hipótesis entonces es que en el abuso hay un “ceder” que es dos cosas a la vez: sufrir un forzamiento por parte de otro y “forzarse” uno mismo; ese es el misterio del trauma en el abuso sexual. Y Clotilde Leguil dirá aún más: el traumatismo, sea sexual, psíquico o corporal, reenvía al sujeto traumatizado al enigma de su propio consentimiento, siempre.

Para diferenciar ceder y consentir se trata de la enunciación. Al famoso refrán “el que calla otorga” podemos oponer nuestra constatación de que el signo distintivo del trauma consiste precisamente en cortar todo acceso a la palabra. El trauma es el capítulo de mi historia al que estoy fijado sin poder decir nada, presente en el cuerpo, pero no en el dicho. Las huellas del trauma, que no se borrarán jamás, nos llevan a menudo a actuar en desacuerdo con nuestro cuerpo: es el más allá del principio del placer: la repetición de lo traumático.

El abuso sexual deja huellas

¿Por qué se repite el abuso sexual?

Repetir el traumatismo no comporta un consentimiento, más bien es el signo de una pesadilla de la que no se logra salir, porque el sujeto queda aprisionado en la repetición de su propio trauma. Fue Freud quien pudo situar este fenómeno enigmático de la repetición pulsional, que no emana de la voluntad del sujeto, sino que está sujeta a otra lógica: la de la pulsión que apunta a una satisfacción que llega a dañar al sujeto mismo.

Entre ceder y consentir Leguil propone un tercer verbo: dejarse hacer, dejarse abusar por el otro, una pasividad que permite el abuso. En lugar de resistir, huir, responder, el sujeto puede dejarse hacer. Cuando se trata del dejarse hacer, todo se embarulla. ¿Es dejarse hacer una modalidad del querer? Sólo una aproximación desde Freud y Lacan permite desenredar lo que es del orden del consentimiento al deseo de lo que concierne a la pulsión.

Se distinguen entonces

1.El dejarse hacer del consentimiento: un goce consentido que no abole el sujeto, un dejarse hacer por otro al que uno desea, que implica una elección, sea consciente o inconsciente. Un rapto que a uno lo lleva fuera de sí, enraizado en el deseo del sujeto.

2. El dejarse hacer del pavor, que es el del traumatismo, ese momento turbio donde el sujeto ya no es capaz de consentir o no. Es ahí donde el silencio prende, ya no se puede decir nada, y el sentido queda cortado del mundo por la fractura, la irrupción de lo traumático en el cuerpo que produce una petrificación.

Silencio, amnesia y ruptura en la continuidad de la experiencia, son los tres rasgos distintivos del traumatismo sexual.

El psicoanálisis da la palabra a las víctimas de abuso sexual

Cómo trata el psicoanálisis el abuso sexual

Se precisa de una enorme confianza en alguien, en su ética, en su capacidad de acoger lo rechazado, de escuchar, de creer, de no juzgar. Hablar es asumir un nuevo riesgo: ¿seré escuchado o me encontraré con el rechazo? ¿Me dirán que si repito es porque me gusta?

En el abuso hay una traición al consentimiento, pero la cuestión más íntima es ¿en nombre de qué uno ha cedido? Esto va más allá del ámbito jurídico. Obtener el estatuto de víctima no es suficiente para recuperarse de un trauma. Sin embargo, puede ser necesario para evitar un redoblamiento del trauma por ausencia de reconocimiento del daño sufrido.

La otra cuestión fundamental desde el punto de vista del psicoanálisis es que la situación traumática cortocircuita la palabra. No es solo el pudor o la vergüenza, es también que lo real de la efracción en el cuerpo no se puede decir en la lengua de todos. Por eso es necesaria una respuesta particular para no redoblar el trauma. Para que la palabra sobre la marca imborrable tenga valor es necesario otro que haga resonar también la dimensión del silencio, lo inarticulado del trauma, el nudo de intraducibilidad que está en juego. De lo contrario hablar de lo ocurrido no necesariamente conduce a una salida.

Hablar de un abuso con un psicoanalista es, entonces, dejar de huir de la angustia. Es leer las huellas enigmáticas que quedan para siempre esperando ser deletreadas como letras que han perdido su lugar de origen, que marcan el cuerpo y su forma de estar vivo, Hay que usar otra relación a la palabra diferente cuando se trata del trauma. Esto es lo que puede permitir anudarse de nuevo al consentimiento, decir si a lo nuevo y salir de la repetición.

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