Lo tóxico es una palabra de moda que todo el mundo usa y es la forma actual de nombrar el malestar en las relaciones: frases que nos hieren, que penetran en nuestra carne y no logramos eliminar, como una conminación a sufrir de la que resulta difícil extraerse. Hablamos de relaciones amorosas tóxicas, jefes tóxicos, virilidad tóxica, padres y madres tóxicos… Se trata de una nueva metáfora que todo el mundo emplea. A fuerza de escucharlo en las consultas,la psicoanalista Clotilde Leguil (1), con su habitual perspicacia para captar los signos de la época, se da cuenta de que esta palabra designa una cierta metamorfosis en nuestra relación con el mundo y con los otros.
Clotilde Leguil le da al término «tóxico» su dimensión de nombre del malestar en la civilización del siglo XXI: la experiencia de ser forzado, abusado, maltratado. Se trata de los efectos de estrago en las relaciones entre seres humanos y también en la relación con el mundo que habitamos, afectado por un forzamiento de los límites. Con este libro, Clotilde Leguil continúa la reflexión que había iniciado en su anterior libro «Ceder no es consentir», donde exploraba la hipótesis de que en el abuso hay un “ceder” que es dos cosas a la vez: sufrir un forzamiento por parte de otro y “forzarse” uno mismo. Finalmente se trata de la relación con nuestro propio superyo.
Ya Freud había notado que el superyo, la instancia que supuestamente regula la pulsión imponiendo un límite, funcionaba mal, desvariaba: no era una instancia justa y razonable, sino que cuanto más el sujeto se sometía a sus exigencias, más severo se volvía. Lacan da toda su amplitud al descubrimiento freudiano del sadismo del superyo. Lo tóxico es el exceso que asfixia nuestro sentimiento de la vida en un mundo que ya no cree en la armonía del cosmos, donde nadie parece creer en la búsqueda del bien común y en la regulación de las pulsiones, en algo que no sea satisfacerse a toda costa. Huérfanos de un discurso regulador, todo se vuelve tóxico, desde las amistades a las relaciones sexuales.
Emma Bovary, paradigma del amor tóxico
El relato del amor tóxico es el relato del encuentro que conduce a uno de los partenaires a consentir a aquello que lo destruye. Madame Bovary, dice Clotilde Leguil, quizá sea el primer personaje femenino de la literatura que encarna el amor tóxico. Su herida es la de la insatisfacción: habiendo sacrificado todo al amor, no logra encontrar otro límite que la muerte a esta pasión que la destruye. Ella se ha intoxicado con sus lecturas con la idea de ser amada. Las palabras amor, amante, pasión, que ha encontrado en la literatura romántica, constituyen para ella una sustancia adictiva. Su exigencia de gozar más y más del amor toma en ella la forma de un nuevo superyo, convirtiéndola en el paradigma del amor tóxico, de una nueva forma de locura. Los hombres que ella encuentra son intercambiables, Emma está sola con su cuerpo, con su goce, con su adicción al amor. Este goce femenino del amor es indiferente a todo discurso de lucha por la emancipación. Emma desobedece a los imperativos represores de su época, pero no es capaz de desobedecer frente al goce que la empuja a lo peor.
Otro tanto podríamos decir de aquellas mujeres que a pesar de sostener ideales feministas de emancipación no pueden sustraerse a sostener relaciones donde son maltratadas. El superyo puede tomar la forma de una exigencia amorosa sin límites que conduce a perderse por completo. Clotilde Leguil señala como el aforismo lacaniano de que solo el amor permite al goce condescender al deseo parece verificarse más bien del lado masculino. Sin embargo, del lado femenino, el amor puede conducir a la desaparición de todo límite, como también señala Lacan en cuanto a lo ilimitado de las concesiones que una mujer puede hacer por amor. Entonces, señala Leguil, del lado femenino más bien el aforismo sería solo el deseo permite al amor no perderse en el goce.
Relaciones laborales tóxicas
La forma en que las empresas contemporáneas funcionan en la relación con sus trabajadores incluye un forzamiento que se ejerce bajo el aspecto de la autoevaluación: se trata de dar pruebas de entrega y se fuerza el consentimiento de los sujetos invitándolos a fijar ellos mismos sus objetivos, a obedecer en demasía. El burn out es el momento donde el sujeto, que no ha visto venir el forzamiento de sus propios límites, se ve confrontado a un derrumbe interno. No es tanto que esté alienado por las condiciones de trabajo, sino que está como intoxicado por un discurso que acompaña a este y lo juzga y devalúa sin cesar con la colaboración del propio sujeto.
Leguil se refiere, más que a un exceso de sumisión a las exigencias morales, a un exceso de excitación dañina en el cuerpo activada por una forma distinta del deber. Nuestra civilización del crecimiento y la superproducción, la hiperactividad y la aceleración constante, la estimulación permanente… conducen a una sensación de ahogo que está en la etimología de angustia.
Nuestro modo de vida es tóxico en sí mismo, como muestra el rápido deterioro del medio ambiente y la ausencia de una pregunta sobre la finalidad de la carrera hacia el progreso, hacia el «siempre más» de saber y el «siempre más» de productividad. La era de lo tóxico se abre sobre la necesidad de tener en cuenta los límites de lo vivo. Se trata aquí de la angustia de no poder seguir respirando.
El psicoanálisis frente a las relaciones tóxicas
Clotilde Leguil nos muestra que va a ser el descubrimiento de Freud del inconsciente lo que le permite percibir la dimensión tóxica de las palabras. El remedio a esta extraña sustancia que viene a envenenar nuestra relación con la vida, es el deseo de saber qué es lo que me ha envenenado. En la experiencia de un psicoanálisis puedo descubrir hasta qué punto ciertas palabras me han envenenado y condicionado mi destino. Pero puedo descubrir también hasta qué punto los poderes del verbo son remedios. Es a través de las palabras que voy a poder deshacer lo que se ha hecho con las palabras.
El veneno se va a eliminar poco a poco, gota a gota. Para ello hace falta tiempo, el tiempo para decir cual es el goce oscuro que me envenena. Y un día me doy cuenta de que me he separado de este trozo de mi marcado por la flecha envenenada al encontrar la manera de decirlo. El veneno se ha eliminado y es posible una nueva respiración y una nueva relación con la vida.
(1) Clotilde Leguil, «L’ère du toxique. Essai sur le nouveau malaise dans la civilization» . PUF editions, Paris, 2023