PSICOANÁLISIS Y FALTA DE SENTIDO DE LA VIDA: CLAVES PARA PENSAR LA DEPRESIÓN

Según la OMS, que cifra en 300 millones las personas diagnosticadas de depresión en el mundo, vivimos en una civilización de deprimidos. Hay en el término depresión algo que lo convierte en un éxito sociológico. Se trata de un significante idóneo para nombrar el malestar en la civilización contemporánea, encerrada entre el empuje a la felicidad y la angustia por la dificultad de encontrarla. El psicoanálisis puede ayudar a tratar la sensación de falta de sentido de la vida y dar algunas claves sobre por qué nos deprimimos más ahora que hace unas décadas.

Lo que da valor a la vida no está asegurado en cada ser hablante, sino que depende de una compleja red de articuladores psíquicos que pueden sufrir vicisitudes muy variadas. En cada uno se trata de una apuesta que hay que renovar día a día. Constituidos en torno a una pérdida irremediable y traumatizados por la experiencia del desamparo original que inaugura nuestra vida, podemos decir que la depresión tiene algo de estructural en el ser humano y la pregunta sería más bien cómo es que no estamos todos deprimidos.

El psicoanálisis y la falta de sentido de la vida

Debido a su capacidad simbólica el ser hablante es capaz de imaginar la felicidad completa pero no de acceder a ella, confrontándose siempre con la finitud de la existencia y la imposibilidad de hallar un buen acomodo con el propio cuerpo, con nuestra entorno.

El psicoanálisis trabaja con un dato fundamental: que el psiquismo humano se estructura en torno a un vacío, que no hay en nuestra programación algo instintivo que nos diga qué es lo que nos conviene para ser felices ni nos provea de un sentido para nuestra existencia. Sin embargo, esta dificultad para hallar la felicidad es desmentida con encono por el discurso contemporáneo, que nos insiste en que es posible encontrar el placer continuo en la vida, y si no lo hallamos es porque algo hacemos mal.

la depresión es la dificultad de hallarle un sentido a la vida

La época de la felicidad obligatoria.

Cada época ensaya sus respuestas a la pérdida a la que estamos confrontados por estructura. Si en el pasado la religión era la encargada de proveer de sentido la existencia humana y al dolor inevitable, en nuestra época esa función ha sido encomendada al placer obtenido a través del consumo de objetos. La promoción de la satisfacción a toda costa y la intolerancia a la pérdida caracterizan la época actual y tienen que ver con el auge de los diagnósticos de depresión.

Otra dimensión clave de nuestro momento civilizatorio es el rechazo de la dimensión de la palabra como constituyente del psiquismo humano y la consideración de los procesos psíquicos como absolutamente medibles y cuantificables. El imperativo actual lo podemos enunciar, siguiendo a Eric Laurent, de esta manera: trátese a sí mismo como una máquina y acéptelo: usted está triste porque le falta serotonina. La tristeza o la falta de disfrute y sentido de la vida que pueden aquejar a una persona a menudo no se ponen en relación con sus coordenadas personales o sus circunstancias más íntimas.

La exclusión de la culpa y la causalidad subjetiva

Los progresos en farmacología han tenido también su efecto sobre la nosografía psiquiátrica, que ha dejado de hablar de melancolía y ha pasado a hablar de trastornos del humor, término cuya etimología está en el cuerpo como organismo (la antigua teoría griega de los humores: la bilis negra etc) y cuyas resonancias excluyen la problemática de la culpa, excluyendo así la causalidad subjetiva. La noción de depresión tiende entonces a eclipsar en psiquiatría la de melancolía. Para el psicoanálisis en la melancolía se trata de la clínica de la pérdida y la culpa. Los reproches hacia sí mismo del melancólico hablan de una culpa megalómana que remite a una causalidad psíquica. La culpa no es un hecho contingente (1), es una hipótesis que el sujeto se hace sobre la causa del dolor de existir. El pecado original del que habla la religión es la forma de dar sentido a la desgracia del ser hablante.

La melancolía ha existido siempre y el afecto depresivo también. Ahora bien, la epidemiología nos enseña, siguiendo a Alain Ehrenberg (2) que la depresión como diferente de la melancolía adquiere un carácter epidémico en la llamada edad de oro del capitalismo, la época que se inicia tras la segunda guerra mundial. Es decir, es una patología de la abundancia que acompaña una mutación subjetiva de las sociedades más ricas. Alain Ehrenbreg y otros muchos autores han señalado el paso de un modelo disciplinario de conductas y deberes a un modelo que incita a la iniciativa y decisión individuales, a ser responsables de nuestras vidas y nuestra felicidad. Las normas represivas y la autoridad de la tradición podían antes cargar sobre si con la culpa por el malestar. Una vez que caen el individuo queda como único responsable de estar a la altura de un ideal de felicidad que insidiosamente se ha ido imponiendo. El resultado es la enfermedad de la insuficiencia y el cansancio, la fatiga de ser uno mismo, siempre incapaz de alcanzar la anhelada felicidad, ahora a nuestro cargo dado que no hay prohibiciones que la coarten.

El psicoanálisis puede ayudar a cada uno en la búsqueda del sentido de su existencia

Tristeza sin conflicto

Si antes la tristeza era el resultado de un conflicto interno entre los deseos íntimos y el ideal social de renuncia y sacrificio, en la época de la felicidad, la libertad y el placer como ideales sociales, el sujeto ya no está atrapado en un conflicto sino deprimido por su incapacidad de alcanzar la felicidad en el amor, el trabajo, la familia o simplemente a la hora de estar en paz consigo mismo. La expectativa de superar todo sufrimiento da lugar a una inflación de la percepción de fracaso personal.

La película danesa ¡Otra ronda!, dirigida por Tomas Vinterberg, puede servirnos para reflexionar sobre cuestiones que tienen que ver con la depresión como renuncia al deseo. Se trata aquí de las vidas de cuatro amigos que ejercen como profesores de instituto y que tienen en común la experimentación de cierto vacío existencial. En “Otra Ronda” todos está deprimidos porque su vida no es la que esperaban, y creen poder resolverlo por la vía de procurarse un poquito más de satisfacción. Lo cuento en este artículo.

El psicoanálisis trata la depresión situando su causa

El deseo tiene un valor de resistencia frente a la pulsión, y es ahí que el psicoanálisis sitúa su margen de maniobra. Con el deprimido la posición del psicoanalista será siempre acoger los sentimientos de tristeza con una condición: es necesario situar su causa.

Como señala Eric Laurent, los psicoanalistas estamos con la ciencia y su efecto de vaciamiento de la tradición, a condición de corregir la falsa concepción de la causalidad que ella puede engendrar: vivirse a sí mismo como una máquina. La apuesta del psicoanálisis es poder vivir con la experiencia de la pérdida y el dolor y darnos cuenta de que hay otro modo de goce que la tristeza. Habitar verdaderamente el lenguaje y que este nos guíe para saber de qué materia estamos hechos, sin darle la espalda al trabajo del inconsciente, buscando una nueva alianza con el goce que atempere la mortificación del superyo y permita el deseo, que es algo mucho más interesante que la felicidad.

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