«¡OTRA RONDA!» LA DEPRESIÓN Y EL ALCOHOLISMO, UNA REFLEXIÓN DESDE EL PSICOANÁLISIS

Las personas con depresión son más propensas a abusar del alcohol y otras sustancias, o eso dice la sociedad española de patología dual. La relación entre ambas cuestiones es objeto de controversia: ¿qué fue primero, la depresión o el abuso de alcohol o sustancias? Un cierto sector de la psiquiatría actual piensa que la relación entre ambas patologías es de orden orgánico o genético (extremo nunca demostrado por otra parte). Desde el psicoanálisis una serie de puntualizaciones nos ayudan a orientarnos mejor.

El imperativo de felicidad y la epidemia de depresión

La extensión epidémica que toma hoy la depresión es el síntoma de un discurso social que ordena que todo marche sobre ruedas, excluyendo la tristeza por las pérdidas y la angustia inherente a la existencia humana. Entregados a la idea de que la satisfacción perpetua es el estado natural, algunas personas se sienten desgraciadas al constatar que no es eso lo que experimentan. Si unimos a eso la idea de que nuestra infelicidad puede ser causada por un desequilibrio químico, estamos rechazando aquello que podría orientarnos para sentirnos mejor.

Lo que el psicoanálisis muestra es que nuestras marcas “traumáticas”, aquello que nos lleva a sufrir angustia o inhibiciones, aquello que nos hace repetir comportamientos que nos hacen daño y nos separa de la posibilidad de la satisfacción absoluta, es a la vez lo que nos orienta en nuestras condiciones singulares para conservar el deseo de vivir. Para ello hace falta escuchar en nuestro decir cuáles son esas marcas que nos constituyen y encontrar una forma de vivir con ellas despojándolas de sus escamas más mortíferas.

¡Otra ronda!

Druk, traducido como ¡Otra ronda! Es el título de una película danesa de 2020 dirigida por Tomas Vinterberg que puede servirnos para reflexionar sobre cuestiones que tienen que ver con la depresión como renuncia al deseo y sobre la adicción al alcohol.

La película se centra en las vidas de cuatro amigos que ejercen como profesores de instituto y que tienen en común la experimentación de cierto vacío existencial. Estando todos ellos en la cuarentena, su vida profesional y amorosa parece haber perdido el brillo. Uno de ellos, el protagonista principal, encarnado por Mads Mikkelsen, está aquejado por un estado depresivo y apático que lo ha alejado tanto de su mujer y sus hijos, como del disfrute de su trabajo como profesor de historia. Otro se encuentra desbordado por el cuidado de tres hijos pequeños y percibe a su mujer solo como emisora de una serie interminable de demandas en relación a los cuidados parentales. Otro de ellos, profesor de música se ve aquejado de una inhibición en las relaciones amorosas y el cuarto, profesor de educación física parece encontrarse aburrido y en un cierto impasse vital del que la película no da muchos detalles.

Durante una cena en la que comparten sus sentimientos de desmotivación, uno de ellos, profesor de psicología, comenta un estudio de un psiquiatra cuya tesis es que el ser humano nace con un déficit de 0,05 mg de alcohol en la sangre. Compensar dicha falta bebiendo pequeñas cantidades de alcohol daría como resultado un estado de mayor relajación, creatividad y alegría. Los cuatro deciden hacer esta experiencia mezclando placer y ciencia, y aplican la regla de beber todos los días en horario laboral y no beber el fin de semana, para mantener un cierto nivel de alcoholemia en la sangre, sin llegar al exceso.

Los resultados no se hacen esperar: están más desinhibidos, relajados y alegres. Sus clases mejoran, los alumnos están contentos. La pareja del protagonista está desconcertada, le dice: “te echaba de menos”. Los acontecimientos, sin embargo, no tardan en mostrar dos cosas: por una parte, como Freud observa ya en 1920 en su texto “Más allá del principio del placer”, que la satisfacción de la pulsión lleva en si el germen de lo ilimitado, engendrando una compulsión a la repetición que se transforma un pozo sin fondo. Los 0,05 gramos que proponía el estudio no son un punto de detención, llaman a experimentar qué pasará si subimos a 1 gramo, abriendo una vía que, en sí misma, no encuentra un límite.

La agradable desinhibición del principio da paso a la dolorosa conciencia de que el alcohol no resuelve los problemas con la cuestión del deseo en la vida de cada uno. En especial, las dificultades en la vida amorosa de dos de los protagonistas, no sólo no mejoran con el alcohol, sino que su embriaguez pone más en evidencia la distancia que los separa de sus parejas, dando lugar a situaciones tanto cómicas como trágicas a medida que se adentran en el experimento.

Lo interesante es que no se trata de una película moralista que aboga por la abstinencia sino que hay una interrogación sobre la búsqueda del placer y los efectos que esto produce. La experiencia tiene distintos efectos para cada uno: el protagonista experimenta un cierto despertar de su estado depresivo, otro de los profesores sale un poco de su inhibición autorizándose a una cierta satisfacción que antes no se permitía. Otro de los personajes, no podrá parar en su extravío autodestructivo, confrontándose a la muerte como límite, lo que tendrá efectos en los demás.

Es interesante también la reflexión sobre el alcoholismo en los jóvenes daneses y la respuesta que da la institución educativa al principio de la película, donde confrontados a los disturbios creados por un grupo de alumnos borrachos se aplican puritanamente a una doctrina de “tolerancia cero” imposible de sostener.

Freud, Lacan y la ideología del placer

El psicoanalista Jacques Lacan va a poner en valor que, después de Freud y su texto “Más allá del principio del placer”, uno no puede seguir creyendo en la moral del placer. El hedonismo como guía para la vida es del orden de una estafa: el punto medio nunca se encuentra y eso es algo que ya los filósofos antiguos advertían. Ni Aristóteles ni Epicuro se engañaban acerca del riesgo de extravío que la búsqueda del placer podía entrañar debido a la falta de un principio auténticamente regulador en el psiquismo humano.

La novedad de Lacan es llevar adelante este más allá del principio del placer poniendo en valor la que quizá sea la aportación más importante de Freud: la profunda relación existente entre el Ello como sede de las pulsiones (aquella parte de nuestros impulsos que es imposible de refrenar por ninguna educación) y el Superyo, la instancia supuestamente reguladora que vigila que nos ajustemos a la ley y respetemos las prohibiciones.

El superyó es la internalización de los mandatos y prohibiciones que recibimos en la infancia. Lo que Freud descubre es que la instancia del superyó también es tiránica y se satisface por encima incluso del bienestar del sujeto. Paradójicamente el superyó se satisface tanto en la prohibición y el control de los impulsos como en el mandato de gozar y disfrutar como deber que encontramos en el discurso actual. Es el discurso de la felicidad obligatoria, contrario al imperante en la época de Freud: lo que Lacan, más contemporáneo nuestro, observa, es que el superyo se satisface bajo ambos discursos, el de la prohibición y el del empuje a la satisfacción, con la misma potencia destructiva.

Se trata de un descubrimiento sorprendente cuya potencia no ha sido aún asimilada por la civilización, y que resulta sumamente útil para trabajar con las patologías actuales. Es lo que se observa en la película de la que hablábamos: todos está deprimidos porque su vida no es la que esperaban, y creen poder resolverlo por la vía de procurarse un poquito más de satisfacción, bebiendo, cediendo a la pulsión. El resultado es que se encuentran tiranizados por sus impulsos, en el mismo callejón sin salida en el que se encontraban cuando se aplicaban a cumplir con las normas.

Cómo ayuda el psicoanálisis: el deseo frente a la pulsión

Cuando las personas no se sostienen en su deseo (lo cual pasa por asumir una pérdida y reconocer íntimamente la imposibilidad de la satisfacción completa), lo que acaba ganando terreno es la pulsión. ¿Cuál es la diferencia? El deseo toma en cuenta las huellas del Otro en nosotros, las marcas que a cada cual nos constituyen. Las condiciones del deseo y de amor no son iguales para todos. La pulsión en cambio, ignora esas marcas: funciona sola, de forma acéfala, sin el otro. Uno bebe y se satisface en un circuito autístico.

No basta, sin embargo, con renunciar a la pulsión para que la cosa vaya mejor. No es por pregonar la abstinencia que el superyó deja de funcionar, al contrario. La pulsión se satisface también en la renuncia, el castigarse, no beber, no comer (el caso de la anorexia es paradigmático para mostrar esto). La buena respuesta está en dejar que el deseo circule. El deseo funciona como límite natural a la pulsión destructora que habita en cada uno de nosotros.

Con el deprimido la posición del psicoanalista será siempre acoger los sentimientos de tristeza con una condición: no ceder al rechazo a conocer sus causas, a situarlas en las coordenadas de cada uno. El superyó que empuja a beber no se combate con otro superyó que empuja a la abstinencia, se combate con una cierta relación con el deseo. El deseo tiene un valor de resistencia frente a la pulsión, y es ahí que el psicoanálisis sitúa su margen de maniobra.

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