PALABRAS PARA PADRES DE ADOLESCENTES

Las adolescencias de hoy a menudo se vuelven muy complicadas y los padres se encuentran sin recursos para hacer frente a situaciones que los desbordan. El adolescente siempre hace presentes los atolladeros de su época, y la nuestra es particularmente “poco colaboradora” en la socialización de los hijos. Socializar a un ser humano es prepararlo para perder algo de la propia satisfacción en aras de poder estar con otros, y este momento de la civilización se caracteriza por el empuje a una satisfacción sin restricciones de ningún tipo. Eso tiene efectos a veces devastadores en los adolescentes contemporáneos.

La principal consecuencia sobre los adolescentes de la coerción a disfrutar sin trabas propia de nuestra época es la dificultad para separarse, para dejar de ser subjetivamente «niños». Lo que separa es el objeto que causa el deseo, es decir, el objeto que falta. En el discurso del consumo infinito no hay falta, hay un empuje a beber, al sexo, a comprar, a consumir identidades virtuales instantáneas por las que no hay que pagar un precio. ¿cómo separarse si no hay la falta que permite la apertura al deseo?

¿Es posible la prevención?

En la adolescencia se trata a menudo de la cuestión de la regulación de los impulsos, de la relación con la satisfacción que el adolescente establezca. Esta regulación dependerá de cómo se haya construido la red simbólica que tiene ahora que acoger lo nuevo con lo que el adolescente se va a encontrar. Durante la infancia todo esto ya ha hecho lo que podríamos llamar una primera vuelta. Con los ideales familiares y la educación, en parte, y con la posición inconsciente del niño de decir sí o no a todo eso.

La educación, siendo un pilar fundamental, no es la única responsable de todo lo que sucede, también tiene sus límites. Sólo asumiendo algo del imposible de la educación ésta puede funcionar sin transformarse en domesticación, lo que tiene consecuencias. El educador tiene que saber que cada niño va a transitar de un modo personal el recorrido que él le ofrece. El consentimiento a la educación nunca es total, hay márgenes que defienden al sujeto de la homogeneización y deben ser respetados.

Al llegar a la adolescencia la partida, en parte, ya está jugada. Lo que va a sostener el encuentro del adolescente con lo nuevo está construido ya durante los años de la infancia, y es ahora en esta segunda vuelta, cuando se va a poner a prueba. La presencia de los padres para transitar este camino es fundamental, pero la semilla ya está plantada con anterioridad. Es el tipo de relación con los objetos de satisfacción lo que va a ser determinante de que el deseo pueda surgir… o no.

La información sobre las adicciones diversas, el sexo, la anorexia o el bullying puede tener su lugar, pero no sirve de nada si el adolescente no está en condiciones de escucharlo. Todos tenemos la experiencia de que a veces hacemos cosas que nos hacen daño, y no por eso podemos evitarlas. No siempre hacemos lo que nos conviene, y que nos insistan no siempre es la mejor manera. A veces hay que ver por qué uno no puede hacer lo que le conviene. No es sólo la información lo que vuestros hijos van a utilizar cuando se enfrentan a los retos de la adolescencia.

Proteger al adolescente, más que llenarlo de información, es darle el tiempo necesario para elaborar sus respuestas. Los adolescentes de hoy, más que por la represión, sufren por el empuje a la sexualidad, al consumo, a la transgresión de los límites, a probarlo todo, a que todo es posible… Es de eso de lo que necesitan ser protegidos. La omnipresencia de la pornografía es un ejemplo paradigmático: el velo alrededor del enigma de la sexualidad ha caído y necesita ser reintroducido de algún modo para que los adolescentes tengan el tiempo subjetivo de construir sus propias respuestas frente a aquello para lo que no hay una fórmula. Reducir la sexualidad a un consumo banalizado trae consecuencias como la apatía y falta de deseo que caracterizan hoy a muchos adolescentes.

A veces entre padres e hijos adolescentes se abre una distancia difícil de salvar

El silencio adolescente

La adolescencia a menudo es un proceso caracterizado por la reserva. Los adolescentes no suelen caracterizarse por hablar mucho de su vida o sus pensamientos a sus padres. Es un proceso que se necesita hacer por fuera de la mirada de los padres y eso, en la época de los dispositivos digitales, resulta mucho más difícil que hace 20 o 30 años. Esta es la época de la hipervigilancia de los padres sobre los hijos.

Es importante no estar ciego a lo que les sucede a los hijos adolescentes, pero también lo es resignarse a no saber todo sobre ellos. Conviene soportar una cierta incertidumbre y respetar sus espacios, sus experimentaciones, no inmiscuirse demasiado en ocasiones. Hay cosas que un adolescente no puede compartir con sus padres. Eso no significa desentenderse, pero lo cierto es que no se sabe más de alguien cuando se espían todas sus conductas, sino cuando se ejerce una escucha verdadera. Los adolescentes suelen lanzar señales. A veces buscan escandalizar, lo que les ratifica en que ya no son el niño que sus padres conocían. Otras veces piden ayuda a su peculiar manera.

Los padres están para apoyar y acompañar el proceso de esa nueva persona que está surgiendo y que a veces plantea cuestiones que no son fáciles de entender. Entender no es aceptar todo o acceder a todo lo que nos pidan. Tiene más bien que ver con desprenderse de las propias urgencias, deseos y expectativas para con nuestro hijo y poder encontrarse con otro ser humano que tiene sus propias dificultades.

¿Comprender al adolescente?

Los adolescentes dicen a menudo que no los comprenden. ¿Hay que comprenderlos? Quizá no se trata de eso, ellos mismos tampoco comprenden bien qué les sucede en medio de ese torbellino. El adolescente tiene que llegar a comprenderse a sí mismo de algún modo, y para esa tarea necesitan estar un poco lejos de sus padres, sustraerse a su mirada.

El trabajo de los padres no es tanto comprender al hijo sino acompañar las soluciones que en cada momento vaya produciendo para enfrentarse a todo lo nuevo que antes no estaba en su vida. Son soluciones a pesar de que a veces pueden traer más problemas que otra cosa, pero siempre conviene tener en cuenta que ese síntoma desagradable seguramente tiene una función para el joven que se enfrenta a dificultades inéditas.

Es importante soportar no tener todas las respuestas. Y esto, por dos razones: que la respuesta que me sirvió a mí a él no le sirve porque no la encontró él mismo, y, más importante aún, porque no hay respuestas únicas frente a cuestiones de la vida que son complejas, como la sexualidad, el sentido de la vida y la muerte. Cuando era un niño era conveniente darle una respuesta que lo protegiera frente a cosas para las que no estaba preparado, pero ahora que se acerca el momento de hacerse adulto, se trata de ayudarlo o acompañarlo en el proceso de que encuentre una respuesta propia.

Una nueva transmisión generacional

Cuando vivimos en un mundo líquido donde todas las certezas han caído, las relaciones entre los sexos están patas arriba, el planeta se destruye sin remisión, el mundo del trabajo ha perdido su poder de dar una identidad a las personas etc. ¿qué podemos trasmitir a los adolescentes?

Entre el viejo autoritarismo que pretendía tener la receta y la renuncia  nihilista del vacío que queda cuando todo el antiguo mundo parece estar caduco, nos queda el poder de la palabra: la necesidad, aún, de sostener la conversación con nuestros hijos adolescentes. De ayudarlos a poner una palabra ahí donde solo hay experimentación del malestar, de que sean capaces de decir de qué sufren y qué quieren, y acompañarlos a encontrar su camino.

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