Los adolescentes que se cortan para defenderse de la angustia insoportable se han convertido en una auténtica epidemia contemporánea. Hay en juego una dimensión de contagio: entre los más jóvenes se extiende la información de que hay una forma fácil de aliviar la angustia y los más vulnerables la ponen en práctica. Sin embargo, la extensión masiva de un fenómeno como este, obliga a admitir su relación con ciertas coordenadas de la subjetividad contemporánea.
Hay que precisar que estos cortes no implican necesariamente un intento de hacerse daño (generalmente no conllevan una violencia brutal) ni mucho menos de suicidarse. Aunque en alguna ocasión puedan ir unidos, no hay una relación directa entre autolesiones y suicidio. En el cutting, denominación proveniente del ámbito anglosajón, se trata más bien de lo contrario: un intento de recuperación y restitución de un estado anterior a la invasión de una angustia masiva. En general el adolescente, no solo no lo ve como problema, sino que lo siente como una solución, de tal modo que se resiste a ser despojado de este recurso que lo alivia de forma muy rápida, aunque poco duradera.
Los cortes y otras autolesiones suele ser una práctica solitaria que en general no se hace para ser mostrada y a menudo produce vergüenza y se oculta llevando ropa que cubra las lesiones. Sin embargo, es cierto también que en las redes sociales se comparten y en algunos casos producen un efecto de identificación.
Los cortes en adolescentes, un fenómeno contemporáneo
El cutting no es un síntoma en el sentido psicoanalítico del término: no es una formación de compromiso donde se busca una satisfacción sustitutiva a una pulsión reprimida, no tiene un significado que puede leerse, no es una formación del inconsciente. Más bien es el signo de una dificultad para servirse de los recursos simbólicos que el inconsciente provee para enfrentar la angustia. este fenómeno muestra la incapacidad de muchos jóvenes de dotar de sentido a los cambios que inevitablemente llegan a una vida adolescente.
Si bien podemos encontrar casos donde los cortes y autolesiones son una llamada al otro, una forma de mostrar algo, o donde tienen algún significado metafórico que puede ser leído, lo cierto es en muchos casos dan cuenta de una escasez de recursos para enmarcar el malestar en unas coordenada, poder pensarlo y darle una salida. Los cortes en adolescentes se usan mayoritariamente para defenderse contra una inquietud que amenaza con hacer estallar el cuerpo.
El cutting cumple en cada caso una función diferente. Es una práctica que da cuenta a nivel social de la caída de la función paterna tal como la caracteriza Lacan: una función que introduce la ley, que organiza los cuerpos y los goces, cuya declinación se manifiesta con la presencia de una inquietud extrema que es imperativo calmar.
Como describe ampliamente Damasia Amadeo de Freda en su libro “Bullying, ni-ni y cutting en los adolescentes”, diversas corrientes de psicología y psicoanálisis reconocen la función de autoregulación y alivio de la angustia que cumplen los cortes. Muchas de estas corrientes hacen estudios descriptivos donde a veces se remite a trastornos del vínculo y el apego, dificultades con la separación, falta de autoestima o de estrategias de afrontamiento de la ansiedad. Estos estudios, sin embargo, no dan cuenta de la aparición epidémica de este síntoma hace ahora unos 20 años. Me parece que solo con la perspectiva del psicoanálisis orientado por Lacan, que incluye las mutaciones del Otro en la subjetividad de la época, podemos entender algo de la aparición de este síntoma nuevo en la civilización contemporánea. La refundación que Lacan hace de los conceptos psicoanalíticos en los años 60 nos permite leer estos síntomas contemporáneos, más allá de explicaciones simplistas, como impasses civilizatorios en el manejo del goce. Para eso tenemos que hablar de La función del corte.
La función del corte desde el punto de vista del psicoanálisis
La mutilación o el marcaje del cuerpo son fenómenos exclusivos del ser humano, son fenómenos de cultura y no son nuevos ni mucho menos. Los rituales de entrada en el cuerpo social de las civilizaciones arcaicas incluían tradicionalmente intervenciones rituales sobre el cuerpo. Esos rituales implicaban el sacrificio de una parte del cuerpo para ser aceptados en la comunidad de los adultos, en tanto hombres o en tanto mujeres. Solían incluir escarificaciones y tatuajes ritualizados que dejaban marcas en el cuerpo de por vida. La circuncisión del prepucio en la comunidad judía era el símbolo de la alianza con Dios. En la comunidad cristiana, monjes y monjas se azotaban y mortificaban su carne para alcanzar la pureza y expiar sus pecados. El vendaje de los pies de las mujeres chinas o la ablación del clítoris en algunas comunidades africanas son también intervenciones que representan una norma contra el desarrollo “natural” del cuerpo, una amputación de una parte de lo vivo, extirpación requerida para entrar en un pacto social. Estas prácticas tienen una función estructural: extraer del cuerpo un goce que se supone no limitado y, por tanto, contrario al vínculo social.
Estamos aquí en la tesis freudiana clásica de que hay una pérdida que debe inscribirse en el cuerpo para fundar una comunidad humana. Es el mito de tótem y tabú y el mito de Edipo: en ambos se trata de la renuncia al goce bajo la amenaza de castración. Hay un goce “de más” que debe ser evacuado: esta pérdida, Freud la llama castración, y el producto es lo que Freud llama el objeto perdido.
Lacan dirá que esta pérdida se da por la entrada en el lenguaje: tener que pedir al otro introduce una falta en ser. Cuando pedimos algo lo que obtenemos nunca es lo que pedíamos. Soportar esto es el precio que tenemos que pagar para salir del autoerotismo, que aparece como un exceso en el cuerpo. A esta operación de pérdida Lacan la llamará extracción del objeto. Es una operación de naturaleza simbólica, pero produce una pérdida real. Si esta operación no se da, si hay un rechazo del discurso simbólico que organiza el cuerpo y la sexualidad, nos encontramos con un cuerpo desorganizado habitado por un goce no localizado. Como pensamos con el cuerpo, cuando esta operación de extracción y ordenamiento no se ha dado también el pensamiento se ve afectado y, como no, las relaciones con los otros, que a falta de una regulación simbólica con frecuencia se ven invadidas por un goce insoportable y fuera de control.
Esta operación de extracción que organiza el cuerpo, el pensamiento y las relaciones con los otros, algunas personas afectadas de psicosis se ven convocadas a realizarla en lo real del organismo, con la mutilación, como se ve a veces en los casos de autismo severo o algunas esquizofrenias. La mutilación o el corte en la neurosis son de carácter simbólico. El rechazo psicótico reenvía al sujeto a escribir la marca significante sobre el cuerpo como organismo real.
Los adolescentes que se cortan para defenderse de la angustia, síntoma de la falta contemporánea de recursos simbólicos
En la época contemporánea lo que podemos constatar es una extensión de la intervención sobre el cuerpo, pero a la inversa de las intervenciones rituales elaboradas que implicaban una entrada en lo social. Hoy el cuerpo es objeto de intervenciones solitarias que no suponen ninguna marca simbólica: cortes, golpes, quemaduras y escarificaciones que conciernen particularmente a los adolescentes son, podríamos decir, marcas degradadas, no elaboradas en el marco del Otro, que solo buscan la inmediatez de la extracción de un goce que destruye al sujeto, porque no ha sido convenientemente negativizado por el significante.
Las autolesiones son manifestación de una pobreza simbólica que, al igual que el tóxico o los problemas alimentarios permiten evitar el encuentro con la dificultad de hablar, de pedir al otro y quejarse, por ejemplo. En la autolesión se sustituye la palabra por la acción en la búsqueda de restituir el equilibrio del aparato psíquico.
En la época freudiana la represión de los deseos incompatibles con la moral daba como resultado síntomas de conversión histérica: metáforas de ese deseo no satisfecho, que dieron lugar a la invención del psicoanálisis. Hoy, la tradición ha caído y los síntomas contemporáneos como el cutting dan cuenta de la metonimia: es una escritura que no significa nada, no tiene valor de metáfora. No remiten a un deseo reprimido, sino que indican la presencia de un goce excesivo en el cuerpo. Este goce excesivo solo se entiende a partir de la definición lacaniana de la angustia: la falta de la falta. Es la aparición de algo que no debería estar ahí, que tendría que haber sido extraído. El corte produce un drenaje, una extracción que produce un alivio.
¿Cómo ayuda el psicoanálisis a un adolescente que se corta?
Hacer hablar a un sujeto que se corta, preguntarle por qué te has hecho eso, qué quiere decir, puede suponer confrontarlo con un vacío de significación, es un riesgo. Sin embargo, sí es fundamental que pueda hablar de su angustia, de su sufrimiento, de su aburrimiento, de su desorientación… Se trata de sostener la apuesta por la palabra y el tiempo necesario para que esta pueda desplegarse y señalar lo innombrable que lo inunda. Es esto lo que puede hacer que la práctica de cortarse sea menos necesaria. Y es así como suele ocurrir: sin hablar de los cortes, hablando del malestar e inventando nuevos diques a la angustia, gradualmente los cortes desaparecen.
Finalmente, de lo que se trata es de apostar a que el adolescente prefiera una relación con el Otro de la palabra al autoerotismo de la autolesión. Que prefiera hablar con otro de su sufrimiento, hacerlo reconocer, acogerlo y expresarlo antes de continuar encerrado en la soledad destructiva del goce sin Otro.
BIBLOGRAFÍA
“Adolescencias por venir”. Fernando Martín Aduriz (compilador). Editorial Gredos, 2012
“Bullying, ni-ni y cutting en los adolescentes. Trayectos del padre a la nominación”. Damasia Amadeo de Freda. Unsam edita, 2019