CONDUCTAS DE RIESGO EN ADOLESCENTES Y CRISIS DEL SENTIDO DE LA VIDA

Desafíos o juegos peligrosos, violencia sin sentido, uso de tóxicos y alcohol, intentos de suicidio, trastornos alimentarios, fugas y errancia, deportes extremos, embarazos no deseados, velocidad excesiva… Hoy, las conductas de riesgo adolescentes son signos de crisis del sentido de la vida más que de rebeldía adolescente. Si la primera tarea de una adolescente es separarse de su infancia, abandonar parcialmente a sus padres y construirse un lugar desde el que verse valioso a sí mismo, hoy, en ausencia de los ritos de pasaje que situaban el acontecimiento de la pubertad y daban a cada uno un lugar predeterminado en la sociedad, nada parece indicar a los adolescentes que el momento que atraviesan es transitorio y que tendrá un final. Hay una falta de sentido en muchas vidas adolescentes que ha llevado a algunos autores, como el antropólogo David Le Breton, a considerar las conductas de riesgo adolescentes como formas nuevas de ritos de iniciación que buscan desesperadamente amarrarse a un sentido de la vida. Ponerla en riesgo es la única forma que algunos adolescentes hallan para encontrarle un sentido.

Como hemos comentado en artículos anteriores, infligir un daño físico al propio cuerpo es también un intento de resolver una angustia existencial, de ponerle un límite por la vía de perder algo. Las conductas de riesgo no buscan necesariamente la muerte, sino que son intentos desorientados de dotar de sentido una existencia que carece de ella. Las formas más extremas pueden ser la adhesión a sectas o enrolarse en las filas del narcotráfico o el integrismo religioso.

La clínica del psicoanálisis nos enseña que ser humano necesita siempre apropiarse simbólicamente de los procesos que ocurren en su organismo para poder manejarse con su cuerpo, sus pensamientos y sus relaciones con los otros. El psicoanalista Alexander Stevens llama a la adolescencia síntoma de la pubertad. Es decir, que la pubertad ha de ser «sintomatizada» en el ser hablante. Sintomatizar es la palabra que usa el psicoanálisis lacaniano para aludir al hecho de anudar lo que ocurre en el cuerpo al lenguaje, darle un significado, y cada civilización provee mejor o peor los medios adecuados para ello. Si bien la pubertad es un proceso biológico, la adolescencia tiene que ver con la asunción subjetiva de ese hecho biológico que es la pubertad. Metaforizar la pubertad a través de la inscripción de una pérdida (todo no se puede, cada uno tiene su lugar etc), darle un sentido, era el propósito de los ritos de pasaje de las sociedades arcaicas.

¿Cómo llevar adelante el movimiento de separación del Otro propio de esta época de la vida cuando el Otro social ordena disfrutar sin límite, es decir, no separarse del goce? Esta es el nudo ético y clínico al que nos confrontan las adolescencias contemporáneas.

Poner la vida en riesgo es un modo de encontrarle un sentido

La desaparición de los ritos

El ritual es planteado por Lacan como un modo de anudar el cuerpo al Otro social, un modo de incluirse con el goce propio en lo social. En su magistral texto “El malestar en la civilización” Freud describe los ritos de iniciación como modos de limitar el exceso pulsional, como tabúes que se añaden a la prohibición del incesto. Mircea Eliade en Iniciaciones Místicas plantea que en las sociedades arcaicas, el púber no se hacía hombre por sí solo, había todo un artificio cultural y religioso y una transmisión de tradiciones por maestros elegidos de la tribu.

A grandes rasgos las ceremonias de iniciación de la pubertad constaban de tres pasos 1) Separación de los niños de sus madres 2) Aislamiento en un campo para ser adoctrinados 3) Se somete al joven a operaciones en el cuerpo, las más frecuentes son: la circuncisión, la extracción de un diente o mechones de pelo, las incisiones o escarificaciones. Después de atravesar las pruebas, el joven se reintegra a la comunidad como adulto, con un nombre nuevo y algún tipo de marca para ser reconocido como tal por la tribu. El ritual tenía un carácter de metáfora que implicaba pérdida, muerte y renacimiento, y no era vivido con temor a pesar de implicar cierta dosis de violencia.

En las sociedades modernas ya no es la tribu sino la familia nuclear la designada como agente de la castración. En la época de la moral civilizada primaba la ética del sacrificio y la renuncia a la pulsión del individuo en favor de la comunidad. El padre encarnaba entonces los emblemas de la tradición que ordenaba los goces y el lazo social.

En nuestras sociedades posmodernas han desaparecido los ritos o facilitadores sociales que marquen este pasaje y los adolescentes se ven empujados a inventar sus propios ritos y marcas de transición. El uso de alcohol y drogas y las conductas de riesgo llevan varias décadas haciendo la función de rito de paso. También los llamados nuevos síntomas, como los trastornos alimentarios, violencias sin sentido contra los otros, y la práctica del cutting y otras autolesiones han venido a añadirse al catálogo de prácticas que tienen por objetivo la búsqueda de un límite, la solución a una angustia existencial, la integración social y la búsqueda de una identidad o una nominación.

Beber alcohol a menudo forma parte de los ritos de pasaje de los adolescentes contemporáneas

Las conductas de riesgo en adolescentes son signo de crisis del sentido de la vida

Como señala el psicoanalista italiano Domenico Cosenza, la adolescencia como momento de crisis, de ruptura con la infancia, de rebeldía y contestación contra la tradición ya no está tan presente como hace unas décadas. Ya no encontramos tanto el adolescente que intenta separarse de un vínculo muy estrecho fraguado en la niñez. No es lo traumático de la ruptura con algo sólido que resiste el envite para dar lugar a algo nuevo. Más que rebeldía lo que el adolescente que sufre hoy muestra más bien es un “analfabetismo introspectivo” que nos aboca a pensar la adolescencia en la época del Otro que no existe.

Lacan anticipó la declinación de la función del padre en tanto instancia represora del goce dañino que atraviesa el cuerpo. Escribió también sobre el discurso capitalista, donde no hay inscripción de la pérdida, sino promoción del goce sin límite. Las consecuencias clínicas son estos adolescentes con cuerpos invadidos por una angustia insoportable que no se preguntan por eso, sino que intervienen directamente sobre su cuerpo anestesiándolo con cortes, golpes, tóxicos etc.

El Otro de la tradición, al reprimir el goce, otorgaba un sentido al sufrimiento y ofrecía un ideal orientador. Una vez caído este ideal, el lugar del Otro no queda vacío. El Otro es el lugar en la estructura del psiquismo que tiene que otorgar significación a la experiencia del cuerpo. Un lugar que sostiene aquello con lo que el sujeto puede leer su pasado, dar un significado a su experiencia y, por tanto, enfrentar el presente.

El Otro que la civilización contemporánea propone es la ciencia, donde todo puede contarse y evaluarse sin resto. El sujeto queda entonces reducido a una cifra y el Otro, no es que desaparezca, al contrario, es un otro demasiado sólido y sin falta, que no trasmite un deseo. No es un interlocutor que da una posible lectura de la experimentación del cuerpo, sino que deja al sujeto solo con su angustia, sin poder darse una explicación a su sufrimiento.

Como ayuda el psicoanálisis a tratar las conductas de riesgo adolescentes

La violencia represiva de la tradición producía los síntomas freudianos clásicos, sustitutos de un deseo inconsciente que buscaban una satisfacción sustitutiva de la satisfacción prohibida (síntomas de conversión histéricos, ideas obsesivas, inhibiciones etc). En cambio, la época actual de la satisfacción inmediata, produce los síntomas contemporáneos que buscan de manera desorientada un límite al goce, entre los que podemos enmarcar las conductas de riesgo. Con Damasia Amadeo de Freda propongo la hipótesis de que, al lugar de la crisis de rebeldía del adolescente de la época freudiana, viene hoy la crisis del sentido de la vida.

Freud describía el atravesamiento de la adolescencia como la perforación de un tunel que empieza a la vez por los dos extremos: socavar la autoridad de los padres y al mismo tiempo hacerse con la experiencia de su nuevo cuerpo sexuado. En ese tránsito, la vivencia del sinsentido es intensa y a veces conduce a pensamientos sombríos y a una tentación de muerte. En la clínica de la adolescencia es necesario subjetivar cuál es la dificultad estructural a la que se enfrenta el adolescente. Alojar su palabra, aunque sea escasa, desafiante o titubeante o incluso mentirosa, producirá un apaciguamiento de esos conflictos que «queman» en la adolescencia y permitirá ir construyendo una enunciación particular que permita encontrar una salida airosa al túnel de la pubertad. En ese camino a menudo será necesario también alojar a los padres en su responsabilidad con ese joven en construcción.

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