ADOLESCENCIA Y TRIBUS URBANAS

La adolescencia como concepto no es seguro que haya existido antes del siglo XX. En la biología existe la pubertad. La adolescencia es la respuesta que cada individuo y cada sociedad dan a ese real de la pubertad, cómo lo simbolizan…. En la tradición había ritos que operaban para metaforizar ese pasaje de la infancia a la adultez, ritos que sirven para anudar lo real del organismo que se transforma con la imagen del cuerpo y lo simbólico (el lugar que cada cual ocupa en la sociedad). Hoy constatamos que ese rito en la adolescencia se hace con dificultades y toma mucho tiempo, incluso se eterniza. Hay una dificultad en metaforizar ese cambio y en su lugar aparece lo que se ha dado en llamar desde la sociología una subcultura juvenil, donde los adolescentes y jóvenes quedan segregados del resto de la sociedad.

En la historia de la humanidad, los adolescentes fueron considerados sobre todo como adultos. Vivían con adultos y podían tomarlos como «modelo”. Mientras que ahora, que existe este constructo de la adolescencia, hacemos vivir a los jóvenes entre ellos, aislados de los adultos, y en una cultura que les es propia, donde se toman unos a otros como modelo. Es decir, que más que una ritualización de la entrada en la edad adulta encontramos una fraternidad igualitaria entre los jóvenes animada por un ideal de rebelión, incluso de exclusión.

Tal vez tanta producción de fenómenos en torno a la adolescencia se deba a la falta de esos ritos de pasaje, o tal vez a que el Otro social ha perdido su papel de organizador de estos, y ahora son los adolescentes mismos los encargados de “producirlos” y atravesarlos. Antes era el otro social el encargado de otorgar la identidad después de que el sujeto hubiera pasado una serie de pruebas, mientras que ahora los adolescentes están más solos en este pasaje y producen invenciones más o menos afortunadas que conviene respetar porque son sus intentos de atravesar este pasaje. Hay que recordar que esto es lo que ellos piden: respeto.

Vamos a tomar el ejemplo de las tribus urbanas. El término de tribu urbana es un término de la sociología: es acuñado en 1990 por el sociólogo francés Michel Maffesoli en su libro “El tiempo de las tribus. El declive del individualismo en las sociedades posmodernas”. Maffesoli, habla de Neotribalismo, una de metáfora que inventa para pensar la aparición de pequeños grupos humanos de jóvenes,  con códigos propios de vestimenta, hábitos comunes y lugares de reunión que se comportan de acuerdo a la ideología de una subcultura, y que se origina y desarrolla en oposición a la sociedad de masas en el contexto de una gran ciudad.

El término tribu apela a un grupo ancestral, es algo que objeta al todos iguales de la globalización. Se generan desde el interior de las sociedades del capitalismo tardío y son leídas como una estrategia de resistir al aislamiento de las sociedades actuales, como un modo de organización horizontal en contraposición a la estructura jerárquica de las instituciones de la tradición que se han debilitado.

Están vinculadas a la gran ciudad, que se caracteriza por el anonimato y la pérdida de las referencias de la tradición en un contexto donde el universalismo del todos iguales alcanza su máximo apogeo. Si las marcas de la tradición eran las que le daban a cada cual el lugar social en otros tiempos, en la ciudad el individuo se encuentra huérfano de ellas y debe inventar otras, muy especialmente en el momento de paso a la edad adulta. El adolescente, necesitado de marcas de identidad y de vínculos con otros, encuentra en este fenómeno una oportunidad de hacerse con ambos.

La rebeldía adolescente siempre ha tenido su lugar pero, en tiempos de predominio de la autoridad representada por el padre, era un deseo de rebelión contra el padre, una rebeldía orientada. En el movimiento de separarse de la familia el joven podía encontrar figuras sustitutas, pasar de las identificaciones que proveía la familia a otras ofrecidas por la cultura. Y la cultura ofrecía identificaciones fuertes de uso universal.

En las adolescencias actuales podemos decir que encontramos una rebeldía desorientada, que, parafraseando el título de la película, parece una rebeldía sin causa. Quizá la causa está tan delante que no la vemos: es la pulsión. Es el adolescente que, esclavo de sus propias pulsiones y no guiado por la rebelión contra la autoridad paterna que, en buena medida, ya ha caído, busca inventar un «padre» a su medida, haciéndolo como puede con las herramientas que tiene a su alcance. Hablamos de un padre en el sentido psicoanalítico, es decir, un operador psíquico que ponga orden y límite al empuje de la pulsión.

Las tribus urbanas tienen en común constituir subculturas, es decir, una especie de grupos autosegregados, que generan marcas de identidad y que rechazan los dogmas y cuestionan lo establecido. Algunas ponen más el acento en sostener ciertos ideales (el movimiento hippie), otras lo están más en gustos (música, uso de ciertas sustancias) como el punk o el heavy metal y otras se fundamentan sobre todo en la vestimenta y las cuestiones de imagen, como los cosplay japoneses. La mayor parte de ellas son un conglomerado de las tres, aunque hay que reconocer que la imagen tiene una imagen muy predominante en todas ellas, porque hay un componente fundamental en el dar a ver. Creo que no hay ninguna tribu que pretenda pasar desapercibida. La inflación de todo lo referente a la imagen en muchos adolescentes nos da un índice de la debilidad de lo simbólico en este momento civilizatorio para ayudar a asimilar el real de la entrada en la pubertad y la nueva sexualidad que emerge en el cuerpo.

Realmente, desde un punto de vista clínico, lo que nos va a importar es el uso que un sujeto pueda darle a identificarse con una tribu. Porque finalmente el nombre “tribu urbana” es el nombre de un síntoma social y es un oximoron: ¿una tribu en una ciudad? ¿No son conceptos opuestos la tribu y la ciudad? Podemos pensar que se trata de una invención acorde a las dificultades de este tiempo: encontrar el modo de hacer lazo en el aislamiento de una gran ciudad que finalmente es el aislamiento de cada uno con su propio goce. ¿Cómo hacer lazo con eso? Parece que las tribus urbanas dan una respuesta: a través de la función de la máscara.

Lacan va a recordar que persona etimológicamente significa máscara. Con Levy Strauss va a hablar de la función de la máscara, que crea un rostro con determinadas marcas que sitúan al sujeto en su relación con el Otro en un universo simbólico. Levy Strauss, en su «Antropología Estructural», lanza su tesis de que en el pensamiento indígena el decorado crea el rostro, al punto de que se considera que sin ese decorado solo queda el individuo biológico, considerado estúpido. La sociología habla del concepto de rol, pero Lacan le da un peso mucho más importante. El va a hablar de la noción de semblante, que es un conglomerado de elementos imaginarios y simbólicos que sirve para velar y mostrar a la vez la división del sujeto entre los significantes que lo representan y el goce irrepresentable que lo habita.

Entonces hay que escuchar en cada caso particular la función que tiene la pertenencia a una tribu. Esta es la aportación fundamental de psicoanálisis a esta cuestión: lo que nos interesa de la pertenencia de un sujeto a una tribu urbana es qué función tiene, cómo se sirve de ella el sujeto, para qué la usa. Puede que forme parte de un tránsito donde el adolescente busca una imagen y unos ciertos ideales, una rebeldía frente a lo que la sociedad le ofrece y un lugar entre sus iguales. En otros casos encontraremos que predomina cierto tipo de satisfacción, por ejemplo con la violencia o el uso de determinadas sustancias. Y en otros será el modo más o menos precario de conseguir hacerse un cuerpo con una imagen que se sostenga como tal, a falta de los elementos simbólicos necesarios para ello.

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