Parto de la constatación de una cierta impotencia de las medidas educativas y judiciales para frenar el maltrato. Al respecto es paradigmático el tema de las mujeres que se saltan las órdenes de alejamiento impuestas por los jueces.
Quisiera en primer lugar poner en cuestión el machismo y la desigualdad de género como única explicación a esta lacra. En algunos países donde las medidas de igualdad entre hombres y mujeres están más desarrolladas, las cifras de maltrato doméstico no solo no disminuyen sino todo lo contrario. Esto nos debe hacer pensar que la cuestión no es tan simple. El maltrato en la pareja y la familia no se pueden explicar sólo con consideraciones sociológicas, hace falta tener en cuenta cómo se constituye la subjetividad, y más concretamente cómo cada persona se asume como ser sexuado, si queremos entender algo.
El machismo y la educación, los ideales sociales, los discursos imperantes sobre lo que es un hombre o una mujer etc, son factores comunes en una sociedad, pero hay que tomar en cuenta también el modo en que interaccionan con la historia de cada uno: pautas de crianza, cuidados y experiencias de satisfacción, ausencias, maltrato, abandono… Estos dos factores, el social y los avatares biográficos, están siempre en función de un tercero, que va a resultar decisivo: la posición subjetiva de cada uno, cómo cada uno se posiciona a partir de esas cartas que le han tocado en la vida.
Los seres humanos tenemos un problema: lo que nos constituye como humanos, que es el lenguaje, nos humaniza pero nos aleja del instinto que nos orientaría sobre cómo vivir. Por eso no tenemos más remedio que inventar soluciones singulares a la cuestión de qué es ser un hombre o una mujer, porque hay una falta en el lenguaje para decir el sexo, al igual que la hay para decir la paternidad o la muerte. Lo social, la educación, las leyes, nos proveen marcos, soluciones de uso común para todo eso. Por ejemplo el matrimonio es una solución “prefabricada”, pero todas estas soluciones son un poco como un traje mal cortado donde no nos cabe algo, se dejan fuera una parte de lo más singular de cada uno, por eso podemos decir que son soluciones sintomáticas, que acogen una dificultad pero no la terminan de resolver del todo.
El lo que concierne a la relación entre los sexos, el malestar es estructural en el ser que habla. Lo masculino y lo femenino no coincide con lo biológico, son posiciones simbólicas y el psicoanálisis muestra que la sexuación se estructura a partir de la lógica del tener y de la falta. Cada uno ahí se las arregla a su peculiar manera, tomando una posición que es inconsciente.
La igualdad social y jurídica son totalmente necesarias, pero en el plano de la subjetividad eso no resuelve todo. Lo masculino se constituye a partir del tener y poseer el objeto, y en esa lógica la pareja ocupa a veces el lugar de lo que “se tiene”. El odio entonces aparece en la medida en que lo femenino encarna una lógica distinta, la de la falta, la de lo que no se tiene, que se escapa a esa la lógica del tener. Las mujeres encarnan la otredad y es por eso que el odio a lo femenino, que es inconsciente, es de estructura. Hoy los discursos que mantenían a raya esa peligrosidad que lo femenino encarna se han venido abajo, y las mujeres ocupan posiciones nuevas. A eso se une el declive de la masculinidad en nuestras sociedades occidentales y una cierta infantilización de los hombres, que cada vez se hacen menos cargo de posiciones paternas, por ejemplo. Constatamos a la vez un rebrote en los jóvenes de la cara más abyecta de la lógica machista. ¿Falta de educación? La diferencia sexual no tiene buena prensa, hoy prima la igualdad por encima de todo. Se puede pensar que, entonces, ante la angustia de la falta de semblantes sociales claros y diferenciados para ocupar esas posiciones masculina y femenina, las viejas respuestas retornan en toda su virulencia.
En cuanto a las mujeres víctimas ¿por qué se dejan maltratar? Se habla de dependencia económica. No diremos que no exista, pero quizá no es la más fundamental. La dependencia de las mujeres es sobre todo dependencia del signo de amor del otro. La mujer, que se sitúa frente a la sexuación en la lógica de la falta, encuentra en el amor aquello que les da el ser y eso puede llevarlas a lo peor porque por la vía del amor están dispuestas a entregarlo todo, a veces hasta su vida. Además, en función de ciertas condiciones de su infancia y de la relación con el Otro materno (o paterno) una mujer puede situarse en una posición de permanente decepción que la lleva a pedir siempre más amor del otro, lo cual a un hombre afectado de cierta «fragilidad» lo puede “enloquecer”, porque no entiende lo que ella quiere. Ella puede, además, repetir esa situación de esperar el signo de amor y decepcionarse hasta el infinito, creyendo en las palabras de arrepentimiento de él una y otra vez, o interpretando sus celos y su maltrato como signos de amor. Lo escuchamos en muchos de estos casos.
Frente a la falta de una respuesta sobre qué es ser una mujer, la mujer busca una respuesta por el lado de ser amada, y determinadas mujeres pueden encontrarla en una posición sacrificial de ser “la única” que lo cuida y que está siempre dispuesta a volver con él a pesar de todo lo que él haga, es decir, que ella es “la única” para él, ocupando un poco el lugar de la madre de su pareja.
Por eso a veces no sirve con intentar convencer a una mujer de que se está equivocando. Esa solución inconsciente de sacrificarse para que el otro la ame es la que ella encontró para tener un lugar. Pedirle que renuncie a ella es un poco dejarla en el vacío y la angustia: ¿qué es ella para el otro entonces? No es sencillo cambiar esas condiciones inconscientes y por eso a menudo son las propias mujeres las que infringen las órdenes de alejamiento y vuelven a vivir con sus maltratadores.
En cuanto al partenaire violento (que por cierto no es necesariamente el hombre, sino quien está en posición masculina, en posición de poseer al otro como objeto, como se ve en las parejas homosexuales donde los malos tratos se dan exactamente igual que en las heterosexuales), lo que encontramos es en realidad una debilidad de la que no se quiere saber nada, que es compensada con la violencia. A menudo se trata de personas enormemente dependientes con un sentimiento inconsciente de inferioridad. La posible pérdida de su objeto, de su pareja, los sume en una angustia insoportable. Ella tiene que ser toda suya y que ella muestre el más mínimo deseo por fuera de él, que tenga otros intereses, aunque sean mínimos, ya no digamos que manifieste su deseo de separarse, lo llevan a una situación de sentirse despreciados por el otro que no pueden soportar y que invierten convirtiendo a su pareja en objeto despreciado, degradado y vejado.
En conclusión: las leyes son fundamentales y deben ser firmes contra el maltrato, la educación también lo es, pero hay lo irreductible de la posición subjetiva que ambas deben tener en cuenta sino quieren incurrir en situaciones paradójicas, como terminar castigando a una mujer que se salta una medida de alejamiento. Si uno está fijado a una posición sacrificial no hay orden de alejamiento ni programa reeducativo que lo mueva. Lo pulsional no se educa totalmente, siempre hay un resto inasequible a la regulación; se puede encontrar un mejor arreglo con ello, pero lleva tiempo, y hay que trabajar con las coordenadas singulares inconscientes de la persona, que es lo más alejado de los tratamientos estandarizados que toman todo esto como un déficit educativo y de socialización de los sujetos.