LOS SÍNTOMAS CONTEMPORÁNEOS

Cada época se caracteriza por su forma de tratar con la pulsión. En la época de Freud se recurría a la prohibición. Era lo que en psicoanálisis llamaríamos «el reino del padre»,  representante por excelencia de la prohibición en esos tiempos, y la represión era el sistema con el que fundamentalmente los sujetos se manejaban para mantener sus pulsiones a raya. Como sabemos eso funcionaba relativamente, los sujetos hacían síntomas que podemos calificar de «freudianos», producidos por la represión.

 

Entre la obra de Freud y la de Lacan hemos pasado de una sociedad de productores con la ética de la renuncia propia de ese capitalismo de producción, a una sociedad de consumidores, a un capitalismo basado en el consumo masivo, donde la cultura ha dejado de basarse en la renuncia a apoyarse en lo contrario: una cultura que demanda gozar sin límites: Just do it, impossible is nothing, enjoy Coca-Cola etc. Y lo que Lacan va a mostrar es que en el capitalismo hay malestar también por la satisfacción misma, y no por la renuncia, como en tiempos de Freud. Ya Freud había vislumbrado que el malestar del ser humano no tenía que ver sólo con la renuncia que imponía la cultura, sino que había algo en el corazón mismo de la estructura que imposibilitaba la satisfacción completa. De modo que, igual que no hay felicidad total en la cultura pura, tampoco hay felicidad en la satisfacción de la pulsión, porque esta linda siempre con un más allá del principio del placer.

Por esa razón, que la satisfacción se convierta en un deber es una pendiente muy peligrosa, porque en último extremo esos mandatos insensatos que el sujeto internaliza facilmente y que nos empujan a una satisfacción completa nos empujan a un imposible que nos lleva en el sentido de traspasar los límites de la estructura. La estructura misma del sujeto es estar constituido a partir de una pérdida impuesta por el lenguaje: el sujeto no puede encontrarse nunca con el objeto que colmaría el vacío fundamental que lo constituye como sujeto.

 

El objeto de satisfacción puede funcionar de dos maneras para una persona: en el mejor de los casos, como objeto que causa el deseo, que relanza el deseo porque siempre «deja algo que desear» o como objeto que obtura el deseo y nos mantiene fijados a un goce sin avanzar. Es cuando los objetos de goce son tomados como tapón de la falta, cuando se pretende un goce total, ideal, satisfacción absoluta, cuando se producen disfuncionamientos.

 

La paradoja de los productos de la industria es que acaban siendo preferidos a los objetos “naturales”, ubicados en el cuerpo. Con estos objetos tecnológicos el sujeto goza a solas, puede prescindir del cuerpo del partenaire, que siempre hace de límite, con lo cual el sujeto queda expuesto al peligro de su propio goce autista y mortífero sin freno. El camino de la búsqueda de la satisfacción se desliza con toda facilidad hacia el del malestar. Del deseo vital al goce mortífero no hay más que un paso.

 

Lo que caracteriza nuestra época es algo del orden del exceso. Lo que ordena la sociedad hipermoderna no es la prohibición ejercida por el padre y sus ideales sino el objeto de satisfacción. Todo en la sociedad se organiza para preservar el derecho de los sujetos al goce. También hay prohibiciones, por supuesto, pero hay algo del empuje a la satisfacción que va muy rápido.

 

Y vamos a encontrar una diferencia entre los síntomas que llevaron a Freud al descubrimiento del inconsciente y lo que llamamos síntomas contemporáneos. En los síntomas freudianos había una verdad reprimida y el síntoma mostraba lo que el yo del sujeto no quería saber de sus propios impulsos incompatibles con sus ideales. En los síntomas contemporáneos la vertiente del querer decir está practicamente desaparecida y lo que encontramos es un funcionamiento de goce que no quiere decir nada, el sujeto no interpreta nada de lo que le pasa, con frecuencia ni siquiera quiere ir a consultar. Anorexias y bulimias, toxicomanías, violencias, pasajes al acto, adicciones diversas, son algunos de estos llamados síntomas contemporáneos donde lo que está en primer plano es un goce sin palabras y no una verdad reprimida.

 

La última enseñanza de Lacan se adelanta a esta forma contemporánea que toma el síntoma, y va a ir más allá del síntoma freudiano como verdad al decir que no hay que tomar al síntoma como disfunción, sino como un funcionamiento, un aparato de goce y (y esto es algo nuevo que la enseñanza de Lacan permite localizar), también un aparato de suplencia que permitiría el funcionamiento del psiquismo, un dispositivo que permitiría gozar y arreglárselas con lo que de la pulsión no entra en lo simbólico. El problema es que a veces esta «solución» del sujeto puede ser muy destructiva.

 

La versión tradicional de tratar el goce a través de lo simbólico, a través de la metáfora paterna, con el síntoma tradicional, ya no es la única. Lacan va a hablar de «pluralización de los nombres del padre» para aludir al cambio de paradigma que encontramos en nuestra época donde se pluralizan las vías para situar el goce dentro de la estructura. Y una de las vías por las que los sujetos intentan localizar el goce dañino son estos que llamamos síntomas contemporáneos. El tratamiento del malestar que generan requiere un acercamiento cuidadoso diferente del recurso al endurecimiento de los límites al que con frecuencia se apela, que no es más que la nostalgia de un tiempo que ya no existe. La época hoy nos demanda otros tipo de recursos.

 

 

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