LO QUE EL PSICOANALISIS ES Y LO QUE NO ES

Cuando uno elige un tratamiento orientado por el psicoanálisis elige un tratamiento que se sustenta en una ética: la ética del deseo singular, que es un territorio distinto de las normas sociales, los ideales o la moral. El analista a priori no sabe cuál es el bien de su paciente ni pretende adaptarlo a ningún comportamiento que sería supuestamente mejor para él. Únicamente tiene un saber sobre cómo escuchar el deseo singular que alienta en los dichos del paciente. Ese saber el analista lo extrae en parte de sus estudios de psicoanálisis, pero también y muy fundamentalmente, de su propia experiencia analítica. En su propio análisis el analista he hecho la experiencia del inconsciente, de las marcas singulares que a cada uno nos constituyen, la marca del desacuerdo de cada uno con el ideal. Ese desacuerdo no es un defecto sino más bien lo más valioso que se tiene, porque es el motor del deseo. El psicoanálisis se orienta a salir de la queja, elaborando un saber sobre el propio sufrimiento que ayude a encontrar una salida posible para cada cual.

Para decir mejor lo que es un psicoanálisis es interesante decir lo que no es. Un psicoanalista no es un coach que nos aconseja sobre cuál es el mejor camino a seguir. Para eso el analista tendría que saber cuál es el buen camino para todos. El analista no normaliza porque sabe que para cada cual hay algo que obstaculiza esta normalización. Que si el paciente no ha seguido ya los buenos consejos que seguramente le han proporcionado las «almas buenas» que sin duda existen en la vida de cada cual, no es porque es tonto o torpe, sino por otra razón de peso que le impide adecuar su conducta a lo que dictan los discursos comunes. En cada caso, el camino a seguir será distinto en función de la singularidad del paciente. No hay dos análisis iguales y es por esto que cuando dos analizantes que se tratan con un mismo psicoanalista se encuentran y hablan de él puede parecer que hablan de dos personas distintas.

En un tratamiento orientado por el psicoanálisis no se trata de empatizar y comprender. El psicoanalista deja de lado sus propias coordenadas de pensamiento (para lo cual tiene que haberse analizado mucho) y suspende todo juicio, se abstiene completamente de juzgar sobre la vida del paciente. Esto no significa que no se implique en la cura. Lo hace y mucho, por cierto, pero es a partir del saber que se va elaborando junto con el paciente en cada sesión, no a partir de una idea preestablecida de lo que al paciente le conviene.

Un psicoanálisis no es una experiencia intelectual, un «conócete a ti mismo». Uno no se dirige a un desconocido para contarle cosas íntimas si no es porque sufre de algo. El análisis puede además ser una experiencia de cierto desconcierto, porque el analista puede escuchar en las palabras del paciente otra cosa diferente de lo que uno pensaba que decía, lo saca de su zona de confort y de sus rutinas habituales, que son las que lo llevan a sus sufrimientos habituales.

Cuando uno habla dice mucho más que lo que quiere decir. El analista está ahí para hacerlo oír, a veces repitiendo una palabra ya dicha en otro contexto diferente, a veces con un corte en el discurso repetido que el paciente trae, que lo deja súbitamente en suspenso, o con un silencio que puede tener un efecto de interpretación… No se trata por tanto de comprender e intelectualizar sino más bien de lo contrario.

En un psicoanálisis quizá uno reflexiona y piensa, sin embargo no es ese el resorte fundamental. En un tratamiento psicoanalítico no se trata de decir cosas inteligentes ni de saber construir bellas frases. El psicoanálisis reposa sobre la ética del bien decir, que es diferente del discurso bello. Se trata de decir con nuestras palabras lo que nos sucede, esforzarse en cernir con las palabras lo más ajustadas posible el asunto que nos concierne. No es tanto comprender sino más bien decir la palabra justa que viene a nombrar algo que se repite. Al nombrar empezamos a tomar cierta distancia de lo que se repite.

El análisis no es tampoco una terapia como las demás: en el resto de psicoterapias está la idea de curación, de que finalmente el paciente puede dejar de sufrir adecuando su vida a la realidad y los ideales comunes benéficos. El discurso psicoanalítico es el único que parte de la idea de que hay en el ser humano algo que no se cura, algo que el lenguaje y la educación no alcanzan a tocar, algo que cojea: ese algo es el síntoma, que se constituye en problema y también en una cierta solución, ya que es lo que preserva a ser hablante de ser completamente colonizado por el discurso del Otro. El síntoma es lo que nos preserva de ser programables por el ideal social. O sea, que eso que me hace desgraciado o me molesta o simplemente me aleja de desplegar todo mi potencial, puede ser por otro lado aquello que hace signo de mi resistencia a ser el hijo perfecto para mis padres, por ejemplo, o un modo singular de arreglármelas con lo que me traumatizó. Cuando el síntoma se hace demasiado problemático y trae más problemas que arreglos el análisis puede ayudar a encontrar nuevas soluciones.

Por último, para los que alguna vez han pensado que el analista es alguien que sugestiona, manipula o guía el pensamiento de sus pacientes es necesario señalar que el psicoanálisis se funda cuando Freud renuncia a la sugestión y la hipnosis. El analista dirige la cura pero no dirige la conciencia. La persona que sufre se dirige a él o ella con la suposición de un saber sobre su sufrimiento, dándole un crédito. Este creer en el saber del analista es la base de la transferencia, que es un resorte fundamental de la cura, pero el analista no utiliza los resortes de la seducción ni se identifica con la posición de saber que le otorga el analizante. Su accionar se fundamenta sobre la experiencia de que el inconsciente, el síntoma y su goce subyacente, son cuestiones a construir, a descifrar, a cernir. Es cierto que el analista cuenta con la experiencia de su propio análisis y tiene una idea de la dirección que la cura ha de seguir, pero sabe que el asunto fundamental es la singularidad de aquello que en cada uno escapa a las palabras, que no permite ningún saber preestablecido, ninguna posición de maestro o gurú. Si ocupara tal posición no haría otra cosa que taponar la pregunta que todo síntoma trae y acabaría con el análisis antes de que este hubiera podido comenzar.

Esto no significa que el analista no pueda hablar o responder a determinadas preguntas del analizante. Pero el análisis no se nutre de las respuestas del analista a las preguntas del sujeto a partir de un saber preexistente. Si fuera así, bastaría con leer muchos libros de psicoanálisis, pero por desgracia, leer a Freud o a Lacan, por enriquecedor que resulte, no le ahorra a nadie el trayecto de un análisis.

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