Nuestra época se caracteriza por algo del orden del exceso, de la desmesura. La instancia que está al mando en la sociedad hipermoderna no son los ideales y la renuncia a la satisfacción en aras de esos ideales, sino el empuje a satisfacer nuestras pulsiones de forma cada vez más acelerada. Nos encontramos rodeados de … Leer más
Las características de la época tienen una incidencia en la producción de síntomas, influyen en la “envoltura formal” que estos toman. Por otra parte, los síntomas que aparecen en cada época son signo de aquello que no marcha en la civilización, del fracaso de la cultura y sus ideales en proporcionar un bienestar a los individuos. … Leer más
Parto de la constatación de una cierta impotencia de las medidas educativas y judiciales para frenar el maltrato. Al respecto es paradigmático el tema de las mujeres que se saltan las órdenes de alejamiento impuestas por los jueces. Quisiera en primer lugar poner en cuestión el machismo y la desigualdad de género como única explicación a … Leer más
En este momento de la civilización occidental las nociones de trauma y de víctima se extienden de manera particularmente intensa. La idea común es que tras un trauma hay que hacer hablar al sujeto, dar sentido a lo que ha ocurrido, ponerle un nombre. Desde el psicoanálisis, que es una práctica de la palabra, podemos advertir sin embargo acerca de ciertas precauciones frente al empuje a hablar.
Cuando sucede un hecho traumático frecuentemente los puntos de referencia del sujeto se tambalean, y en su lugar puede emerger una identificación diferente, una forma de nombrarse y representarse como víctima. De cómo maniobremos depende que podamos evitar «atornillar» a la persona a ese lugar de víctima y convertir lo que fue una contingencia en un destino funesto.
Hay que tener en cuenta que el hecho de hacer hablar, contar una y otra vez lo sucedido a la víctima, por ejemplo en las diferentes fases de la instrucción de un caso penal, puede dar lugar, no solo a un redoblamiento del trauma que no ha podido aún ser elaborado, sino que puede tener como efecto la eliminación de la forma singular de elaborar ese trauma, porque se pide un relato «estandarizado» de los hechos supuestamente objetivos que no llama a las significaciones que el sujeto le puede dar en función de cómo lo haya golpeado a él particularmente y que le conectan con su historia y su modo de enfrentar las cosas.
El psicoanálisis permite pensar por qué lo que es traumático para una persona no necesariamente lo es para otra, o porqué un acontecimiento aparentemente banal puede tomar valor de trauma, o por qué una vivencia traumática deja huellas tan duraderas y porqué se repite algo que resultó doloroso. La respuesta la da la noción de inconsciente.
Freud siempre mantuvo que había un origen traumático de las neurosis y que en los síntomas estaba la huella de lo ignorado del trauma. Haremos un breve recorrido por la teorización freudiana, para llegar a la forma en que lo piensa Lacan, que conceptualiza el trauma como estructural en el ser hablante a causa de la incapacidad del lenguaje para dar cuenta de cierta dimensión de lo humano. La experiencia de un psicoanálisis permite localizar ciertos momentos en que las palabras no fueron suficientes para decir lo vivido.
El término estabilización se utiliza para referirse a lo que permite a un sujeto evitar un desencadenamiento o restaurar un estado subjetivo después de que este haya sucedido, cuando aparece un goce que no puede ser simbolizado y rebasa las defensas del sujeto. El goce es el efecto en el cuerpo de la entrada del lenguaje y lleva implícito un más allá del principio del placer, un empuje dañino que el sujeto puede volver contra si o contra los otros. Si en la neurosis el goce se ordena con el “sentido”, en la psicosis aparece el sinsentido del goce, la sensación de que ocurre algo que al sujeto le concierne y no sabe qué hacer con ello. Desde la perspectiva lacaniana trabajamos con el concepto de estructura entendida como las diferentes formas de defensa frente al goce. La estabilización sería el modo que el sujeto encuentra de localizar por algún medio el goce, nombrarlo y darle un sentido.
Hay que decir que el término estabilización no pertenece al registro del psicoanálisis propiamente dicho, porque una estabilización puede darse a través del aplacamiento de los fenómenos con la medicación o de lo que podríamos llamar un “tratamiento práctico” del goce: una vida tranquila, un acondicionamiento del entorno, una atenuación de las exigencias y un alejamiento del riesgo, a lo que podemos añadir a veces la estabilidad de una pareja. Pero desde el psicoanálisis orientado por Lacan, vamos a hablar de estabilización en un sentido fuerte hablando más bien de metáfora y suplencia, en una búsqueda de que el sujeto pueda reinsertarse en el lazo común sin renunciar completamente a sus ambiciones.
En su libro «La tentación de la inocencia» el sociólogo Pascal Bruckner comenta como en las sociedades tradicionales, cuando uno se sentía desgraciado podía culpar al oscurantismo de la Iglesia, a la presión de la sociedad y la familia o a la arbitrariedad de las instituciones. Pero hoy en día, ¿a quién culpar de mis desgracias? Paradójicamente, «reparación a las víctimas» es uno de los sintagmas prevalentes de nuestra época. Cuanto más libre se presenta el sujeto moderno, más propenso parece a invocar la culpabilidad de un otro responsable. Ayer los sujetos denunciaban las intromisiones intolerables de la sociedad en sus vidas y hoy acusan a la sociedad de abandonarlos a su suerte por autorizarlos a ser ellos mismos. La tristeza por no haber gozado de todo lo que anhelaban, la sensación de haber sido estafados, timados, decepcionados en lo más profundo. La vida del hombre libre tiene estructura de promesa, y cada uno de nosotros está sujeto a pensar que se merecía algo mejor y debería recibir una compensación.
El fenómeno de la victimización, definido como la proliferación del número de personas que se sitúan bajo este nombre de víctima (de violencia de género, del terrorismo, de delitos violentos, de accidentes, de enfermedades varias…) así como la colectivización de las víctimas bajo rasgos de identificación comunes, es un fenómeno de la modernidad.
A diferencia de lo que ocurría en las sociedades premodernas, donde todo estaba más pautado, el hombre contemporáneo vive en un mundo incierto, donde no sabe lo que le espera ni puede hacer demasiados cálculos sobre su futuro. La modernidadcelebró la liberación del yugo de la tradición y la autoridad, la conquista de mayoría de edad del ser humano. Esta alegría de la libertad, sin embargo, fue revelando progresivamente su cara de desconcierto. El poder en el mundo jerarquizado ciertamente sometía pero garantizaba un orden en el que inscribirse. No todo estaba a cargo del propio sujeto. En los sistemas democráticos modernos cada sujeto está libre de cualquier sujeción a la jerarquía, de cualquier obligación por nacimiento, y es por tanto libre de hacer su propio camino. Paradójicamente, esta libertad puede resultar un tormento. No todo el mundo está preparado para asumirla. La salida del mundo de la seguridad de la tradición ha puesto de manifiesto la proliferación de subjetividades frágiles.